Conferencia impartida por el Prof. F. J. Rubia Vila en la Real Academia Nacional de Medicina – 24.V.2005
Esta forma de pensar está adquiriendo cada vez más relevancia y corresponde a lo que se ha venido a llamar “constructivismo”, que es un concepto que se remonta al siglo XVIII y que fue acuñado por el filósofo napolitano Giambattista Vico. Vico escribía en 1710 lo siguiente: “si los sentidos son capacidades activas, de ahí se deduce que nosotros creamos los colores al ver, los gustos al gustar y los tonos al oír, así como el frío y el calor al tocar”. Otras raíces históricas son los trabajos de Comenius, Kant, Montessori y Piaget.
El verdadero núcleo de la postura constructivista es la opinión de que nuestro saber se genera por la construcción subjetiva e interna de las ideas y los conceptos. Con otras palabras, la realidad no la descubrimos objetivamente, sino que la inventamos subjetivamente. El constructivismo no niega la existencia de un mundo “ahí afuera”, más bien subraya que ese mundo sólo nos es accesible por la observación, pero siempre es un mundo interpretado sobre el que podemos entendernos de forma comunicativa. No existe, pues, la realidad objetiva que fuese accesible al entendimiento humano.
El representacionismo parte de la base de que en la consciencia existen sólo copias de la realidad objetiva y el solipsismo niega rotundamente incluso la existencia de una realidad externa. Aunque el constructivismo está más cerca de esta última posición, lo cierto es que afirma que el mundo externo existe, pero que no puede ser percibido de forma objetiva.
En este sentido los trabajos del biólogo y teórico del conocimiento chileno Humberto Maturana han sido decisivos. Maturana fue el que acuñó el término organización autopoyética, como característica diferencial entre los seres vivos y los inanimados. Esta forma de organización es autoorganizativa y cerrada estructuralmente. Los seres humanos tienen, para Maturana, sistemas autopoyéticos que no poseen entradas y salidas, las informaciones son creadas por el propio sistema y todas las interacciones con el entorno son exclusivamente de tipo energético. Incluso las percepciones más simples, como la visión o la audición, no son copias, sino construcciones individuales. Estas percepciones no tienen lugar en los órganos de los sentidos, sino en las regiones corticales que están en contacto funcional con ellos.
Tanto Humberto Maturana como Francisco Varela, otro chileno recientemente fallecido, describen la relación entre el entorno y el individuo como el acoplamiento estructural de la unidad y el entorno en el que se producen procesos de adaptación, que son la premisa para la supervivencia del organismo. Las perturbaciones son circunstancias en el entorno del organismo que provocan cambios de estado en sus estructuras. Estos desencadenantes no determinan la forma de reaccionar de las estructuras internas, sino que siempre determina la estructura interna del organismo cómo se reacciona ante esas perturbaciones. Los seres vivos son, pues, autónomos y determinan sus propias leyes. En consecuencia, no existe una relación de causa-efecto entre los estímulos del entorno y las estructuras cognitivas individuales.
Frente a la opinión de que el aprendizaje es un proceso de elaboración de informaciones que proceden del entorno, el conocimiento es para el constructivismo el resultado de una construcción individual y activa del aprendiz, ya que los conocimientos nuevos se construyen siempre en relación con él. En este proceso de aprendizaje juegan los pre-conocimientos, su orden, sus correcciones, ampliaciones y diferenciaciones, así como su integración, un papel decisivo.
El aprendizaje es una construcción individual, que está basada en la modificación apropiada de las estructuras cognitivas.
En realidad, lo que el constructivismo hace es deconstruir nuestra confianza en el mundo que nos rodea, en la realidad tal y como la vemos y la percibimos.
En 1978 tuvo lugar en San Francisco un Simposio con el tema “la construcción de las realidades”, en el que participaron especialistas en biología, sociología, ciencias políticas, lógica, lingüística, antropología y psicoterapia, y llegaron todos a la conclusión de que la teoría del conocimiento tradicional ya no podía mantenerse; por eso el constructivismo intenta responder, como teoría del saber, a las cuestiones tradicionales de la teoría del conocimiento.
El problema que plantea el constructivismo es, pues, el siguiente: si la realidad es construida por el cerebro, ¿tiene entonces una existencia real o no? La respuesta del constructivismo es que desde luego una realidad ontológica no existe. A cada sujeto sólo es accesible la propia realidad y más allá de ella es imposible conocer nada, por lo que nunca podremos conocer ni siquiera la realidad de otra persona, cuanto menos la REALIDAD en letras mayúsculas, que ya hemos dicho que no existe. Como dice Heinz von Foerster, nacido en Viena, pero asentado en Estados Unidos y que fue con Warren McCulloch, Norbert Wiener y John von Neumann, entre otros, fundadores de la cibernética, cito textualmente: “La objetividad es la alucinación de que la observaciones pueden realizarse sin observador”.
La idea de que a los hombres les está vedado el conocimiento de una verdad absoluta no es nada nuevo en la historia del pensamiento. Demócrito de Abdera en el siglo V a.C. ya había dicho que no podríamos saber cómo son las cosas en realidad. Y Jenófanes de Colofón, un siglo anterior, también expresó su creencia de que nunca íbamos a poseer un saber verdadero del mundo real.
Por tanto, lo nuevo del constructivismo, en palabras de Ernst von Glaserfeld, profesor emérito de psicología de la universidad de Georgia en Estados Unidos y representante del constructivismo radical, es lo siguiente: “La diferencia radical estriba en la relación entre el saber y la realidad. Mientras que la idea tradicional en la teoría del conocimiento como en la psicología cognitiva esta relación es siempre considerada como una más o menos coincidencia o correspondencia icónica, el constructivismo radical la ve como una adaptación en sentido funcional”.
El constructivismo se basa, entre otras cosas, en la obra del psicólogo suizo Jean Piaget, que creó y dirigió el Centro Internacional de Epistemología Genética. Sobre esta base, el constructivismo radical postula los siguientes principios fundamentales:
a) El conocimiento no se adquiere pasivamente, ni por los órganos de los sentidos ni por la comunicación b) El conocimiento se construye activamente por el sujeto pensante.
La función de la cognición es de naturaleza adaptativa, en sentido biológico, y tiene como meta el ajuste o la viabilidad. La cognición sirve para la organización del mundo vivencial del sujeto y no para el “conocimiento” de una realidad ontológica objetiva.
Hemos mencionado anteriormente a Ernst von Glaserfeld, que está considerado como el fundador del constructivismo radical. Este profesor de psicología llegó al constructivismo porque muy joven estuvo en contacto con diversas lenguas. Nacido en Munich, estuvo durante mucho tiempo en Irlanda, Italia y Estados Unidos. De este poliglotismo sacó la conclusión de que el acceso al mundo es distinto en cada idioma, confirmando la hipótesis de Sapir-Whorf que dice que la estructura del mundo se troquela con el lenguaje materno. Las personas ven y describen el mundo de acuerdo con el idioma materno y cada idioma significa un mundo conceptual diverso.
Ernst von Glaserfeld llega a la conclusión de que el significado de las palabras se construye sobre la base de la experiencia subjetiva. Esto lleva a comprender los problemas del entendimiento entre las personas. Si una persona le dice algo a otra, esta última no tiene la menor posibilidad de saber lo que pasa en la cabeza de la primera persona y no hay manera de constatar si la información que ha salido de la cabeza de la primera persona ha llegado fielmente a la cabeza de la segunda. Para von Glaserfeld lo que ocurre es que la segunda persona ha conseguido construir una red conceptual que se ajusta a mi opinión sobre la primera persona y no conduce a dificultades. De aquí concluye von Glaserfeld que Humberto Maturana tiene razón cuando dice que el lenguaje no comunica, sino que orienta. El lenguaje no es un medio de transporte sino que mediante él se puede limitar la construcción conceptual del oyente y dirigirla en una dirección deseada. Por eso han tenido tanto éxito las novelas radiofónicas porque el oyente puede dejar correr la fantasía y la creatividad a su gusto. Lo mismo ocurre al leer un libro porque así nos construimos la acción descrita con nuestras propias imágenes, de ahí la discrepancia que siempre existe entre la lectura del libro y la versión cinematográfica del mismo.
Respecto al concepto de adaptación biológica, Ernst von Glaserfeld se remite a Piaget quien había dicho que la función de la capacidad cognitiva no era la representación de una realidad ontológica, sino ser un instrumento de la adaptación al mundo de las vivencias. La adaptación biológica no tiene nada que ver con realizar copias de la realidad; adaptarse significa encontrar posibilidades y medios para pasar por las resistencias y obstáculos del mundo experimentado.
Desde otro punto de vista, desde la cibernética, otro representante del constructivismo radical es Heinz von Foerster, fallecido hace dos años en California y que fue durante muchos años director del Biological Computer Laboratory de Illinois. Nacido en Viena, estudió física en la Universidad Técnica de Viena y después de la Segunda Guerra Mundial se trasladó a Illinois. Quizás una buena definición de la cibernética la dio Gregory Bateson, un antropólogo y cibernético que está considerado como uno de los científicos sociales más importantes del siglo XX. Bateson dijo que la cibernética era una rama de las matemáticas que se ocupaba de los problemas del control, de la recursividad y de la información. También existen muchas otras definiciones de la cibernética, pero, según von Foerster, lo común a todas es el tema de la circularidad, principio este último que está en contra del principio de objetividad que dicta la separación del observador de lo observado.
Von Foerster dice al respecto lo siguiente: “si las propiedades del observador, es decir las propiedades de la observación y de la descripción se excluyen, no queda nada, ni la observación ni la descripción”.
En la cibernética de hoy es necesario tener en cuenta que se necesita un cerebro para escribir una teoría sobre el cerebro. De aquí se deduce que una teoría sobre el cerebro que tenga la pretensión de ser completa tiene que satisfacer al escritor de esa teoría, y lo que es más fascinante, es que el escritor de esa teoría tiene que rendirse cuenta a sí mismo. En el campo de la cibernética esto significa que en cuanto el cibernético entra en el terreno de la cibernética tiene que rendir cuenta de sus propias actividades, o sea que la cibernética se convierte en cibernética de la cibernética o en la cibernética de segundo orden.
Von Foerster insiste en que el entorno que percibimos es nuestra invención, y pone como ejemplo la mancha ciega del ojo. Lo que percibimos es un campo visual cerrado y coherente y en ninguna parte vemos un escotoma. Para reducirlo a una frase conocida: “No vemos que no vemos”.
Heinz von Foerster describe muchas situaciones en las que vemos u oímos lo que no está ahí o no vemos ni oímos lo que sí está. Esto se ve corroborado por el llamado “principio de la codificación indiferenciada” que dice que en los estados de actividad de una célula nerviosa no se codifica la naturaleza física del estímulo, sino su intensidad, es decir un “cuánto” en vez de un “qué”. El Prof. Gerhard Roth, director del Instituto de Investigaciones cerebrales de la Universidad de Bremen en Alemania lo expresa de la siguiente manera: “El cerebro puede ser estimulado por el entorno a través de los órganos de los sentidos, pero estas excitaciones no contienen informaciones importantes y fiables sobre ese entorno. Antes bien, el cerebro tiene que generar significados por comparación y combinación de sucesos sensoriales elementales y estos significados tienen que ser examinados de acuerdo con criterios internos. Estos son los sillares de la realidad. La realidad en la que estoy inmerso es, por tanto, una construcción del cerebro”.
Heinz von Foerster dice de las células sensoriales, sean del gusto, del tacto, olfativas, térmicas o auditivas que son ciegas para la cualidad de los estímulos y que sólo responden a la cantidad. Por eso no es de extrañar que “ahí afuera” no exista ni la luz ni el color, sino sólo ondas electromagnéticas; tampoco sonidos ni música, sino oscilaciones periódicas de la presión del aire; ni calor ni frío, sino sólo moléculas que se mueven con mayor o menor energía cinética. Y tampoco existe ahí afuera el dolor.
Las consecuencias del constructivismo para las ciencias cognitivas serían, de acuerdo con Hans Rudi Fischer, filósofo en Heidelberg, las siguientes:
La representación no es una copia del entorno en el aparato cognoscitivo, porque el acceso a ese entorno sólo se puede conseguir a través del sustrato neuronal, la representación del entorno está determinada por la estructura del sistema cognoscitivo y no por la estructura objetiva del entorno (determinismo estructural, autonomía de la organización cognoscitiva); el sistema cognoscitivo sólo interactúa con sus propios estados (recursividad, autoreferencialidad),
No penetra ninguna información desde afuera en el sistema, sino que la información se genera según el patrón de los determinantes del sistema y a partir de los datos que llegan de la superficie sensorial (perturbaciones); a esto se le llama un sistema cognoscitivo y semántico cerrado.
La dinámica representada en el sistema neuronal no es ningún conocimiento “objetivo” sobre el mundo exterior, sobre la realidad, sino depende de la estructura del aparato neuronal en el sujeto cognoscente.
Para un mejor entendimiento del constructivismo se suele utilizar un experimento que el psicólogo Alex Bavelas, de la Universidad de Stanford realizó hace años. A un sujeto experimental se le lee una larga serie de pares de números (por ejemplo, 31 y 80). Cada vez que se nombra un par, el sujeto tiene que indicar si esos números se corresponden de alguna manera o no. Cuando el sujeto pregunta enseguida en qué sentido deben corresponderse, el experimentador debe responder que la tarea consiste precisamente en encontrar las reglas de esa correspondencia. De esta manera se crea la impresión de que se trata de una tarea corriente de ensayo y error. El sujeto comienza en primer lugar a decir “se corresponden” o “no se corresponden” sin orden ni concierto y recibe del experimentador al principio casi siempre la respuesta “falso” como valoración. Pero poco a poco el rendimiento del sujeto mejora y la respuesta “verdadero” del experimentador son cada vez más numerosas. Así se forma una hipótesis que a lo largo del experimento no es completamente exacta, pero que cada vez parece más fiable.
Lo que el sujeto no sabe es que entre las respuestas y las reacciones del experimentador no existe la más mínima correspondencia inmediata. El experimentador da la respuesta “verdadero” siguiendo la mitad ascendente de una curva de Gauss, es decir, que primero lo hace raramente y luego con mayor y mayor frecuencia. Esto genera en el sujeto una idea de la “realidad” del orden que subyace a los pares de números, que es tan persistente que incluso es mantenida cuando el experimentador le explica al sujeto que sus reacciones no eran contingentes.
El sujeto ha inventado en el sentido literal de la palabra una realidad de la que sospecha con razón haberla encontrado él mismo. La causa de esa convicción es que la imagen así construida de la realidad se ajusta a los datos de la situación test, o lo que es lo mismo, que no está en contradicción con esos datos. Ahora bien, esa relación encontrada simplemente no existe.
En algún momento he hecho alusión a opiniones de neurocientíficos actuales que están de acuerdo con esta teoría del constructivismo. La neurociencia moderna está muy cerca de sus posturas y añade la importancia que tienen determinadas predisposiciones innatas que ordenan las señales sensoriales. Estoy convencido que muy pronto descubriremos totalmente la falsedad de la posición empirista de que el cerebro es una tabula rasa y asistiremos a descubrimientos que darán la razón a William James cuando decía que es absurdo que neguemos al ser humano la posesión de los instintos que le atribuimos a los demás animales; para James el ser humano tiene todos los instintos que tienen los demás animales y muchos más. Karmiloff-Smith lo expresa de la siguiente manera:
“¿Por qué habría dotado la Naturaleza a todas las especies excepto a la humana con algunas predisposiciones de ámbito específico?” Y todo esto sabiendo que nuestro cerebro y el de los demás mamíferos se rigen por los mismos principios.
Sabemos que las percepciones nos engañan. Y también sabemos que estas se elaboran en la corteza cerebral que es quien les atribuye un significado a los impulsos que llegan de los órganos de los sentidos. El pensamiento también es fruto de la actividad de la corteza. Entonces habría que preguntarse: ¿por qué nos fiamos de nuestros propios pensamientos? ¿No habría que aplicarles el mismo rasero que a nuestras percepciones?
Quisiera terminar diciendo que al haber encontrado en el cerebro zonas cuya estimulación genera experiencias que tradicionalmente hemos llamado espirituales, el problema del dualismo que divide a la mente y al cerebro atribuyendo a aquella una sustancialidad inmaterial, está cercano a ser resuelto. En mi opinión, la postura dualista no es otra cosa que la aplicación de una de esas predisposiciones innatas de las que antes hablaba al mundo que nos rodea, dividiéndolo en términos antitéticos. Las experiencias místicas, de las que el ser humano es también capaz, no son dualistas, por lo que nos hace pensar que la visión dualista es sólo la aplicación de una de esas predisposiciones innatas, pero que no es la única que el cerebro posee. La historia de la humanidad nos dice que la visión global, holística, espiritual, del mundo también es posible, por lo que la generalización del dualismo a todo el cerebro no es, a mi entender, permisible. La razón, la lógica, incluso el lenguaje, son anteojos dualistas con los que observamos el mundo y concluimos, equivocadamente, que el mundo es dualista. Si así fuera, no debería existir la otra forma no tanto de “comprender” el mundo, sino de “vivirlo emocionalmente”, de unirse místicamente con él, como se ha definido la experiencia espiritual de la que el cerebro también es capaz.
Así, la espiritualidad queda siendo de orden distinto, pero no de procedencia, es decir, de origen también cerebral. Como he dicho en otro lugar, esto significa que la espiritualidad es algo inherente al ser humano, pero no para volver a un dualismo cartesiano ya casi olvidado de cuerpo y espíritu o cerebro y mente, sino para fundir ambos conceptos en el propio cerebro.
Fuente: Neurociencias
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