Entre los dos y cuatro años, el individuo atraviesa lo que se ha dado en llamar la "fase anal". Esta fase constituye la lucha por la independencia, el proceso por el cual el niño trata de hacerse valer. La unión estrecha con la madre empieza a abrir paso a nuevas oportunidades que se extienden más allá del mundo que rodea a la figura materna, y, en consecuencia, más allá de la calidez del abrazo materno, al que, cada cierto tiempo, siempre tendemos a volver.
Durante este proceso, comienza también la época del enfrentamiento con la madre, la desobediencia a lo que manda mamá. En este sentido, el niño intuye que hay algo más que el calor de su madre, pero, cuando el mundo exterior, enorme y muy superior al diminuto ser que quiere ingresar en él, le amenaza y atormenta, se produce el inevitable retorno al mundo de seguridad y bienestar que representa su progenitora.
Es por ello que la figura del padre, el primer elemento con el que tropezamos en nuestro deambular por los extramuros de mamá, resulta de una importancia capital. Si el padre no está presente, por ejemplo, durante esta fase de búsqueda de independencia, la carencia de un modelo masculino que aliente al niño podrá determinar en él una importante inseguridad en la vida, ya que no ha encontrado a nadie que le ayude, que le preste armas para enfrentarse al mundo exterior. Si el padre resulta ser una figura restrictiva, autoritaria o dominante, el niño reforzará su expectativa innata de que hay algo en la vida que siempre se le va a imponer cada vez que el niño trate de hacerse valer ante los demás y ante sí mismo.
Ello podrá generar un problema con la autoridad, que puede resolverse en una sumisión total a los principios de autoridad que se le impongan desde el exterior, un constante retorno al refugio materno y a una dificultad para romper el cordón umbilical; o bien, en una actitud de rebeldía y desconfianza ante el mundo. El padre es el primer bastión del niño en su búsqueda de la identidad personal, y si el padre es problemático en algún sentido, la búsqueda puede resultar infructuosa, lo que obliga a un trabajo terapéutico regresivo para encontrar al padre "perdido", y, de esa forma, poder perdonarlo para así retomar aquella búsqueda que se vio truncada en los primeros años de la existencia.
Así, por ejemplo, un Sol sin aspectar, además de reflejar una incapacidad inconsciente para dar salida a la propia creatividad, simboliza en la carta astral una relación difusa con la figura paterna, sin soportes a los que la persona pueda agarrarse para su propia evolución (representada en los planetas restantes con los que podría formar aspectos). Si el Sol se encuentra en oposición con Saturno, por ejemplo, el individuo camina por la vida con la convicción de que todos sus impulsos de independencia y de autoafirmación personal se estrellan contra un muro de piedra, infranqueable, y la persona se siente impotente para afrontar los obstáculos, de la misma forma que se sintió cuando se alejaba de su madre y buscaba un modelo masculino exterior para autoafirmarse.
En realidad, quien se siente inseguro no es el hombre o mujer de 30 ó 40 años, sino el niño o niña de 3 años que sufrió el trauma de no encontrar el aporte necesario para llevar a buen término su proceso. Al tratarse de una oposición, hay que tener en cuenta también el mecanismo psicológico de la proyección: normalmente, el individuo toma partido por una de las dos energías, y atrae desde el exterior la reprimida. Si se opta por el Sol (sobre todo en los casos en los que el Sol se encuentra en un signo de fuego o en una casa de fuego, la I, la V o la IX), lo que se atrae desde fuera es el obstáculo, en forma de una autoridad que se esfuerza en destruir al individuo y de echar por tierra todos sus intentos por hacer de su vida algo diferente, o bien en forma de un destino que tachamos de injusto, porque siempre aborta nuestros esfuerzos.
Lo que hacemos en estos casos es rechazar inconscientemente al padre que nos frustró en su día, o temerlo, y hacemos todo lo que esté en nuestras manos para no volver a experimentar el sufrimiento de la infancia. Sin embargo, un signo de fuego, si seguimos con el ejemplo propuesto, debe seguir adelante y no consumirse en su propia frustración, por lo que su naturaleza le exigirá el constante enfrentamiento con su sombra, lo que más le repugna de sí mismo, o lo que más teme de sí mismo. Esta sombra es reflejo de lo que ahogamos en su día al enfrentarnos con papá. Revivimos en el momento presente aquella primera huida o aquel primer conflicto, o aquella primera decepción resultante del contacto primigenio con nuestro padre. El mundo representa una y otra vez el enfrentamiento inicial enmascarado en personas o situaciones (en el caso de las mujeres, situaciones más claramente perceptibles en las relaciones sentimentales) que inconscientemente repudiamos (si Saturno se halla en la casa VII, por ejemplo, repudiamos el control externo sobre nosotros, y lo atraemos en las relaciones en forma de parejas fiscalizadoras o restrictivas, que nos ponen trabas a nuestra libertad).
Ahora bien, si es Saturno por quien tomamos partido, nos identificamos con el deber y la responsabilidad, con los límites, ya que estos, al fin y al cabo, otorgan seguridad y la posibilidad de no volver a fracasar. Sacrificamos nuestro yo personal y nuestras posibilidades de autorrealización a cambio de una vida delimitada y convencional. Me quedo, entonces, con ese Saturno en VII y busco una pareja que me controle, alguien con quien vivir porque así está establecido socialmente, ya que sin ese control externo, yo no sobreviviré y caeré en el vacío. Pero al mismo tiempo vivo frustrado en esa autolimitación. Esta situación es errónea, porque el yo personal yace de forma potencial en nosotros y espera que le soplemos el hálito que necesita. Se trata, pues, de la misma situación en ambos casos, aunque la óptica es diferente.
Esto mismo se podría tratar con otros aspectos, aunque la idea que los recorre en el fondo es la misma: aquello con lo que no hago las paces en mí mismo aparecerá en el exterior como destino. Si opto por la no autorrealización que me pide el Sol, el obstáculo dominará mi vida en forma de acicate para superarlo y cumplir con mi misión solar. Como dice el viejo adagio: la energía sigue al pensamiento. Y la verdad es que esto suele ser verdad.
Fuente: Astrología Psicológica
3 comentarios:
Mi niña cuando era pequeña hacía muchos dibujos, en una hoja de papel dibujo arriba en el cielo varios soles (4 o cinco), me sorprendió mucho esto.
La profesora me comento en una reunión trimestral del colegio, que la niña con 4 años dibujaba muchos soles, y que eso era la figura paterna.
Yo no lo sabía, me quede impresionada, ahora con ocho años no la he visto que dibujara ningún otro sol, y mi pequeño de 6 años lo he visto nunca dibujar un sol.
El padre es dominante, egoista, estricto y manipulador, nos separamos hace dos años, lo hemos pasado mal, mis hijos y yo, pero ahora en casa reina la paz y la felicidad.
Ellos continuan teniendo relación con su padre, pero es posible que la separación haya hecho que los niños no vean a su padre como ese inmeso sol?
Ahora vivimos con mi nueva pareja y los niños despues de diez meses le llaman papa, ellos saben que es la pareja de la madre, pero le quieren mucho y estan muy bien con él, es malo para los niños que le llamen así??? le tendrían que llamar por el nombre??? es normal que se convierta en papa adoptado para ellos???
Hola, Vicky:
Me parece que es normal que los niños llamen "papá" a tu nueva pareja. Los niños necesitan de la figura paterna.
Sí, el Sol representa, entre otras cosas, al padre, desde el punto de vista astrológico.
En cierta rama de la Psicología el padre es representado por un árbol.Visualizas un o dibujas un arbol, y según la forma y colores del árbol así es la imagen que tienes de tu padre. La madre sería una casa y así por el estilo.
Saludos
Olá. Sou portuguesa e estou a gostar muito de ler o teu blog! Penso que passarei por aqui mais vezes :)
Saludos!
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