miércoles, 17 de diciembre de 2008

La química del amor





Por Francisco Muñoz de la Peña Castrillo, IES Carolina Coronado, Almendralejo

Con este artículo pretendo ofrecer en un tono divertido y ameno una visión fundamentalmente química de algo tan sencillo como maravilloso que nos ocurre a todos alguna vez en la vida: ¡Enamorarnos!.

Los poetas nos han deleitado cantando al más maravilloso de los sentimientos desde todos los ángulos y con infinitos matices, pero los químicos también tenemos cosas que decir al respecto, quizás menos seductoras pero no por ello menos importantes.

¿Por qué nos enamoramos de una determinada persona y no de otra? Innumerables investigaciones psicológicas demuestran lo decisivo de los recuerdos infantiles -conscientes e inconscientes-. La llamada teoría de la correspondencia puede resumirse en la frase: "cada cual busca la pareja que cree merecer".

Parece ser que antes de que una persona se fije en otra ya ha construido un mapa mental, un molde completo de circuitos cerebrales que determinan lo que le hará enamorarse de una persona y no de otra. El sexólogo John Money considera que los niños desarrollan esos mapas entre los 5 y 8 años de edad como resultado de asociaciones con miembros de su familia, con amigos, con experiencias y hechos fortuitos. Así pues antes de que el verdadero amor llame a nuestra puerta el sujeto ya ha elaborado los rasgos esenciales de la persona ideal a quien amar.

La química del amor es una expresión acertada. En la cascada de reacciones emocionales hay electricidad (descargas neuronales) y hay química (hormonas y otras sustancias que participan). Ellas son las que hacen que una pasión amorosa descontrole nuestra vida y ellas son las que explican buena parte de los signos del enamoramiento.

Cuando encontramos a la persona deseada se dispara la señal de alarma, nuestro organismo entra entonces en ebullición. A través del sistema nervioso el hipotálamo envía mensajes a las diferentes glándulas del cuerpo ordenando a las glándulas suprarrenales que aumenten inmediatamente la producción de adrenalina y noradrenalina (neurotransmisores que comunican entre sí a las células nerviosas).

Sus efectos se hacen notar al instante:

* El corazón late más deprisa (130 pulsaciones por minuto).
* La presión arterial sistólica (lo que conocemos como máxima) sube.
* Se liberan grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular.
* Se generan más glóbulos rojos a fin de mejorar el transporte de oxígeno por la corriente sanguínea.

Hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: que está borracho y que está enamorado
Antífanes -388-311 a. C.-, comediógrafo griego

Los síntomas del enamoramiento que muchas personas hemos percibido alguna vez, si hemos sido afortunados, son el resultado de complejas reacciones químicas del organismo que nos hacen a todos sentir aproximadamente lo mismo, aunque a nuestro amor lo sintamos como único en el mundo.

Ese estado de "imbecilidad transitoria", en palabras de Ortega y Gasset, no se puede mantener bioquímicamente por mucho tiempo.

No hay duda: el amor es una enfermedad. Tiene su propio rosario de pensamientos obsesivos y su propio ámbito de acción. Si en la cirrosis es el hígado, los padecimientos y goces del amor se esconden, irónicamente, en esa ingente telaraña de nudos y filamentos que llamamos sistema nervioso autónomo. En ese sistema, todo es impulso y oleaje químico. Aquí se asientan el miedo, el orgullo, los celos, el ardor y, por supuesto, el enamoramiento. A través de nervios microscópicos, los impulsos se transmiten a todos los capilares, folículos pilosos y glándulas sudoríparas del cuerpo. El suave músculo intestinal, las glándulas lacrimales, la vejiga y los genitales, el organismo entero está sometido al bombardeo que parte de este arco vibrante de nudos y cuerdas. Las órdenes se suceden a velocidades de vértigo: ¡constricción!, ¡dilatación!, ¡secreción!, ¡erección! Todo es urgente, efervescente, impelente... Aquí no manda el intelecto ni la fuerza de voluntad. Es el reino del siento-luego-existo, de la carne, las atracciones y repulsiones primarias..., el territorio donde la razón es una intrusa.

Hace apenas 13 años que se planteó el estudio del amor como un proceso bioquímico que se inicia en la corteza cerebral, pasa a las neuronas y de allí al sistema endocrino, dando lugar a respuestas fisiológicas intensas.

El verdadero enamoramiento parece ser que sobreviene cuando se produce en el cerebro la FENILETILAMINA, compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas.

Al inundarse el cerebro de esta sustancia, éste responde mediante la secreción de dopamina (neurotransmisor responsable de los mecanismos de refuerzo del cerebro, es decir, de la capacidad de desear algo y de repetir un comportamiento que proporciona placer), norepinefrina y oxiticina (además de estimular las contracciones uterinas para el parto y hacer brotar la leche, parece ser además un mensajero químico del deseo sexual), y comienza el trabajo de los neurotransmisores que dan lugar a los arrebatos sentimentales, en síntesis: se está enamorado. Estos compuestos combinados hacen que los enamorados puedan permanecer horas haciendo el amor y noches enteras conversando, sin sensación alguna de cansancio o sueño.

El affair de la feniletilamina con el amor se inició con la teoría propuesta por los médicos Donald F. Klein y Michael Lebowitz del Instituto Psiquiátrico de Nueva York, que sugirieron que el cerebro de una persona enamorada contenía grandes cantidades de feniletilamina y que sería la responsable de las sensaciones y modificaciones fisiológicas que experimentamos cuando estamos enamorados.

Sospecharon de su existencia mientras realizaban un estudio con pacientes aquejados "de mal de amor", una depresión psíquica causada por una desilusión amorosa. Les llamó la atención la compulsiva tendencia de estas personas a devorar grandes cantidades de chocolate, un alimento especialmente rico en feniletilamina por lo que dedujeron que su adicción debía ser una especie de automedicación para combatir el síndrome de abstinencia causado por la falta de esa sustancia. Según su hipótesis el, por ellos llamado, centro de placer del cerebro comienza a producir feniletilamina a gran escala y así es como perdemos la cabeza, vemos el mundo de color de rosa y nos sentimos flotando.

Es decir LAS ANFETAMINAS NATURALES TE PONEN A CIEN.

El 50% de las mujeres entrevistadas para el libro Por qué necesitan las mujeres del chocolate confesó que elegiría el chocolate antes que el sexo. Hay quienes al chocolate lo llaman EL PROZAC VEGETAL.

En una de las aventuras de Charlie Brown se puede leer "una buena manera de olvidar una historia de amor es comerse un buen pudin de chocolate".

Su actividad perdura de 2 a 3 años, incluso a veces más, pero al final la atracción bioquímica decae. La fase de atracción no dura para siempre. La pareja, entonces, se encuentra ante una dicotomía: separarse o habituarse a manifestaciones más tibias de amor -compañerismo, afecto y tolerancia-. Dos citas muy interesantes son:

El amor es como la salsa mayonesa: cuando se corta, hay que tirarlo y
empezar otro nuevo.
Enrique Jardiel Poncela.

El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio es para morir.
Jacinto Benavente

Con el tiempo el organismo se va haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y toda la locura de la pasión se desvanece gradualmente, la fase de atracción no dura para siempre y comienza entonces una segunda fase que podemos denominar de pertenencia dando paso a un amor más sosegado. Se trata de un sentimiento de seguridad, comodidad y paz. Dicho estado está asociado a otra DUCHA QUÍMICA. En este caso son las endorfinas -compuestos químicos naturales de estructura similar a la de la morfina y otros opiáceos- los que confieren la sensación común de seguridad comenzando una nueva etapa, la del apego. Por ello se sufre tanto al perder al ser querido, dejamos de recibir la dosis diaria de narcóticos.

Para conservar la pareja es necesario buscar mecanismos socioculturales (grata convivencia, costumbre, intereses mutuos, etc.), hemos de luchar por que el proceso deje de ser solo químico. Si no se han establecido ligazones de intereses comunes y empatía, la pareja, tras la bajada de FEA, se sentirá cada vez menos enamorada y por ahí llegará la insatisfacción, la frustración, separación e incluso el odio.

Parece que tienen mayor poder estimulante los sentimientos y las emociones que las simples substancias por sí mismas, aquellos sí que pueden activar la alquimia y no al sentido contrario.

Un estudio alemán ha analizado las consecuencias del beso matutino, ése que se dan los cónyuges al despedirse cuando se van a trabajar. Los hombres que besan a sus esposas por la mañana pierden menos días de trabajo por enfermedad, tienen menos accidentes de tráfico, ganan de un 20% a un 30% más y viven unos ¡cinco años más! Para Arthur Sazbo, uno de los científicos autores del estudio, la explicación es sencilla: "Los que salen de casa dando un beso empiezan el día con una actitud más positiva".

Es cierto, no podemos negarlo, es un hecho científico que existe una química interna que se relaciona con nuestras emociones y sentimientos, con nuestro comportamiento, ya que hasta el más sublime está conectado a la producción de alguna hormona.

No hay una causa y un efecto en la conducta sexual, sino eventos físicos, químicos, psíquicos, afectivos y comunicacionales que se conectan de algún modo, que interactúan y se afectan unos a otros.

Existe, sí, una alquimia sexual, pero se relaciona íntimamente con los significados que le damos a los estímulos, y éstos con el poder que les ha concedido una cultura que, a su vez, serán interpretados por cada uno que los vive de acuerdo con sus recursos personales y su historia. Esperemos que estos estudios en un futuro nos conduzcan a descubrir aplicaciones farmacológicas para aliviar las penas de amor.

Espero que una vez leído este artículo no le digáis a vuestra pareja después de hacer el amor: "he tenido una sensación sumamente agradable producto del aumento de testosterona y la disminución consiguiente de serotonina", entre otras cosas porque os estrangularía.

Para terminar otras interesantes citas:

Dicen que el hombre no es hombre mientras no oye su nombre
de labios de una mujer.
Antonio Machado

El amor es ciego, el matrimonio le devuelve la vista.

Ciclos de Milankovitch. Precesión de los equinoccios






Milutin Milankovitch fue un astrofísico serbio, profesor de mecánica en la Universidad de Belgrado, que dedicó su carrera a desarrollar una teoría matemática del clima. En 1941 publicó sus conclusiones más importantes: los cambios en el reparto estacional de la insolación, debidos a factores astronómicos, son los responsables de la expansión y retirada de los grandes mantos glaciares del Pleistoceno. Las teorías de Milankovitch, que ya habían sido sugeridas por el escocés James Croll en 1864, fueron olvidadas y no renacieron con fuerza hasta la reciente década de 1980, en que se comprobó que existían correlaciones entre las periodicidades halladas por Milankovitch y los ciclos glaciales e interglaciales del Cuaternario. En 1920 Milankovitch publicó tales cálculos realizados por él mismo para la Tierra, Venus y Marte (Milankovitch M. 1920, Théorie Mathématique de phénomenès thermiques produits par la radiation solaire, Gauthiers-Volars, Paris) .

Debido a las influencias gravitatorias de los otros planetas del Sistema Solar, a lo largo de los milenios se van modificando cíclicamente diversos parámetros astronómicos del movimento de la Tierra, como son: a) la relación del momento de los equinoccios y de los solsticios con respecto al momento de mayor o menor lejanía de la Tierra al Sol (precesión de los equinoccios), b) la forma ligeramente elíptica de la órbita terrestre (excentricidad de la órbita), y c) la inclinación del eje de rotación de la Tierra (oblicuidad del eje). Al combinarse los tres ciclos de variación, con sus diferentes periodicidades e intensidades, se producen variaciones complejas en la cantidad de radiación solar interceptada en cada latitud y en cada estación del año.

En la teoria de Milankovitch se asume que la energía solar incidente en la Tierra en su globalidad y durante un año completo es siempre la misma (excepto en los cambios de excentricidad, en donde se admite un ligero cambio). La variación relevante radica en el diferente reparto de la energía en cada estación del año y en cada hemisferio, según van variando a lo largo de los años las características de la órbita (ver figura).
También es interesante anotar que cada uno de los tres ciclos de Milankovitch puede producir efectos climáticos que son diferentes en cada latitud.


Descripción



La Tierra describe una órbita ligeramente eclíptica alrededor del Sol (en la figura se ha exagerado la excentricidad de la elipse). El Sol no está ubicado en el centro de la elipse sino que ocupa uno de sus focos.



Hoy día, durante el solsticio de invierno del hemisferio norte (22 de Diciembre) la Tierra se encuentra próxima al punto de su órbita más cercano al Sol, el perihelio, que alcanza el 3 de Enero. La distancia al Sol durante esos días es la más corta del año, unos 147 millones de kilómetros, y por esa razón la Tierra en su conjunto recibe esos días el máximo de calor.


Por el contrario, durante el solsticio de verano del hemisferio norte (21 de Junio) la Tierra se encuentra próxima al punto de su órbita más alejado del Sol, el afelio, que alcanza el 4 de Julio. La distancia al Sol es la más larga del año, 152 millones de kilómetros, es decir unos 5 millones más que en el perihelio, y la Tierra en su conjunto recibe esos días un 3,5 % menos de energía solar (en algunos períodos glaciares las diferencias en la distancia eran de hasta 15 millones de km2).


A lo largo de los milenios van cambiando las fechas del perihelio y del afelio. Hace 11 ka (11.000 años) el perihelio ocurría en Junio y el afelio en Diciembre. Lo contrario de ahora.


Ocurre que en un ciclo de unos 23.000 años el eje de rotación de la Tierra va describiendo una figura cónica alrededor de una recta perpendicular al plano de la eclíptica. Así, hace unos 11.000 años el eje terrestre no apuntaba hacia la estrella Polar sino hacia la estrella Vega. Este lento movimiento de peonza, es debido a que la Tierra no es perfectamente esférica, pues en su período de formación quedó algo achatada en los polos y engordada en el Ecuador. Por otra parte, la propia eclíptica tiene también un lento movimiento de rotación, motivado por los cambios gravitatorios ejercidos sobre la Tierra por el resto de los planetas, que contribuye también a modificar la posición de los solsticios y de los equinoccios.


Consecuencias climáticas


En la época actual, ya que la Tierra pasa por el perihelio cuando es invierno en el hemisferio norte (Enero), la menor distancia al Sol amortigua en parte el frío invernal en ese hemisferio; de la misma manera, ya que la Tierra se encuentra en el afelio cuando es verano en el hemisferio norte (Julio), la mayor distancia al Sol amortigua el calor estival. Es decir, la actual configuración de la órbita terrestre alrededor del Sol ayuda a que las diferencias estacionales (verano-invierno) de temperatura en el hemisferio norte sean menores. Por el contrario, las diferencias estacionales en el hemisferio sur se agudizan. Ahora bien, al ser los veranos boreales más largos cuando el Sol está más alejado de la Tierra y los inviernos más cortos, en el conjunto de la energía estacional recibida las diferencias no son tan grandes.

La teoría paleoclimática tradicional indica que las glaciaciones y las desglaciaciones comienzan en las latitudes altas del hemisferio norte y luego se extienden al resto del planeta. Según Milankovitch para la acumulación de los grandes mantos glaciales de Norteamérica (manto de Laurentino) y de Eurasia (manto Finoescandinavo) se necesita un período de veranos frescos en las latitudes altas del hemisferio norte que disminuyan la ablación veraniega y permitan la persistencia de la nieve caída en el invierno anterior.


Para que se produzca esta acumulación de hielo y nieve es necesario que la insolación veraniega allí sea baja, lo cual ocurre cuando el verano boreal coincide con el afelio. Esta circunstancia se dio hace unos 22.000 años, cuando se produjo el máximo avance glacial (también ocurre ahora, pero entonces el efecto era mayor que hoy debido a una mayor excentricidad de la órbita). Por contra, la disminución del hielo continental se ve favorecida cuando la insolación veraniega en las latitudes altas es elevada y la insolación invernal es baja, produciendo veranos más cálidos (mayor deshielo) e inviernos más fríos (menor cantidad de nieve), situación que alcanzó su expresión máxima hace unos 11.000 años. Este cambio de ubicación estacional del perihelio y del afelio modificó el reparto estacional de energía solar e influyó probablemente de forma muy importante en el último proceso de desglaciación.


Ahora bien hay que tener en cuenta que la intensidad de la radiación en el verano está inversamente relacionada con con la duración del verano. Es debido a la segunda ley de Kepler, por la cual el movimiento de la Tierra se acelera cuando pasa por el perihelio. Este es el talón de Aquiles de la teoría de que la precesión es la que rige las glaciaciones. Cuando se tiene en cuenta la integración de la intensidad solar durante el conjunto del verano ( o mejor, del conjunto de los días en los que existe deshielo en los mantos del norte) la oblicuidad resulta ser más importante que la precesión y la excentricidad.



Figura: Precesión de los equinoccios. La línea gruesa indica la latitud intertropical en donde en alguno de los últimos 22.000 años, coinciden la época en la que el Sol pasa por el zénit (verano local) con el perihelio (época de mayor proximidad de la Tierra y el Sol) (nota: el mapa de fondo sirve únicamente de referencia geográfica para situar los paralelos).



El ciclo de precesión de los equinoccios es probablemente más determinante en el clima de las zonas tropicales que en las polares, en donde parece jugar un papel más importante la oblicuidad del eje (la oblicuidad tiene una periodicidad de 41.000 años y coincide bastante con la de los ciclos glaciales durante la transición del Plioceno al Pleistoceno, entre hace 2,5 y 1 millón de años).

Una de las señales indicativas de que la precesión de los equinoccios tiene importancia en los ciclos climáticos tropicales es la alta correlación existente entre sus fluctuaciones y la concentración de gas metano en la atmósfera, según queda atestiguado en los hielos de Groenlandia y de la Antártida. Se explica porque la concentración atmosférica de metano depende en gran parte de las emisiones desde los humedales continentales de Asia y Africa, y la humedad continental depende de la fuerza de los monzones estivales. Los monzones son más fuertes cuanto mayor sea el calentamiento veraniego en las tierras interiores de Asia y Africa, y esto ocurre cuando el perihelio recae en el verano septentrional. La mayor productividad de fitoplancton en el mar de Arabia, debido al incremento del afloramiento de aguas del fondo cuando los monzones de verano son intensos, atiende, según se constata en los sondeos marinos, al ciclo de la precesión de los equinoccios, y corrobora su importancia. También el Sahara y el Sahel eran más húmedos en la primera mitad del Holoceno debido a un monzón estival más potente, cuya causa era que la insolación en el norte de Africa durante el verano era mayor que la actual. Igualmente, el desplazamiento de la zona de convergencia intertropical ITCZ en América tropical determina cambios en las precipitaciones, tanto en el Caribe como en Brasil. Así, el ciclo de precesión de los equinoccios juega un papel determinante en el Trópico.

martes, 16 de diciembre de 2008

Amor



Filosofía. Varias y de muy distinta índole son las razones que contribuyen a que la palabra amor signifique usual y científicamente algo vago e indeterminado, que comienza por condensar indefinidamente en su sentido genérico toda la vida sensible, terminando después por una especialización singularísima. En primer lugar, toda la vida afectiva o del corazón, por su carácter propio, es más apta para ser sentida que para ser explicada, y para hallar su adecuada expresión en la música y no en la palabra. Insuficiente ésta, lo es aún más cuando se observa que la natural evolución del sentimiento va hasta el paroxismo en su desarrollo, llegando a la pasión, que no halla nunca signos para exteriorizarse en el lenguaje articulado. De aquí procede la frecuencia con que al hablar del sentimiento y del amor, el lenguaje se convierte de natural en tropológico y figurado y que la exageración inherente a la intensidad de los afectos contrariada por la discreción de la palabra, obligue a usar y aun abusar del ditirambo y de los símiles más o menos violentos. Así es que la imaginación, el poder plástico de la fantasía, la personificación de lo abstracto, la exuberancia de lo místico y de lo simbólico son otros tantos elementos que dificultan la perspicuidad del juicio y la discreción del análisis. El amor es el asunto eterno de la Poesía, y en cambio para la Ciencia y para la Filosofía aparece siempre rodeado de mitos y símbolos, que apenas consienten salga de las penumbras de que se lo rodea. Además, cuando se intenta, por ejemplo, un análisis psicológico, aun con carácter científico y experimental, de lo que es el amor, suele confundirse y aun identificarse la raíz y origen de este sentimiento con su alcance moral, confusión que engendra errores de bulto, haciendo caer sucesivamente el pensamiento en las concepciones extremas del amor platónico, puro y etéreo, y del amor sensual, concupiscente y carnal. Aumenta la dificultad para el estudio científico de los sentimientos, si se observa que el corazón humano es un laberinto inextricable en la serie de sentimientos que alberga.

En los poetas y en los místicos se hallan bellísimas descripciones del amor, en los primeros del amor sexual y en los segundos del divino; pero más cuidan de mostrarle como sentimiento que vive y energía que se mueve, que se preocupan de definir este elemento capitalísimo de la condición humana. Sin base científica más que la limitadísima de la observación propia, psicólogos y empíricos acometen el empeño de generalizar sus observaciones, sin que de ellas pueda inferirse ley común, ni nota característica, ya que todo lo que se refiere al amor tiene un carácter subjetivo y variable, no sólo por la diversidad de elementos intelectuales que según el tiempo se agitan en el seno de este sentimiento, sino también porque la vida afectiva posee caracteres muy complejos y difíciles de precisar. Poco numerosa es la bibliografía que se puede citar de filósofos que se hayan ocupado directamente del amor como objeto propio de la especulación reflexiva. En toda la antigüedad apenas sí se halla más filósofo que se ocupe del amor que Platón, el cual en su dialogo El Banquete, a través de mitos y símbolos, hace una descripción del amor y de sus diferentes clases para concluir exaltando con la sencilla ingenuidad de la enseñanza socrática el amor a lo bello y a lo bueno. V. Banquete.

Interpretado el amor puro y platónico como desviación de la atracción sexual o del instinto genesíaco y cual tendencia a la unión carnal de individuos del mismo sexo, mancha imborrable en el cielo de la cultura griega, ha sido depurado más tarde este símbolo por el espiritualismo cristiano, que le ha concebido como el amor puro e ideal, libre de toda unión carnal, y origen a su vez de todo amor místico.


Actualmente, en la hora que corre, la indagación psicológica, ayudada por las experiencias fisiológicas, comprueba que en el hombre todo es psico-físico y que el arrobamiento y deliquio del místico equivale a la espiritualización de determinadas impresiones materiales (éxtasis del iluminado, alucinación del poseído, ilusiones del sonámbulo, &c.), y que por tanto no existe el amor platónico en el riguroso sentido de la palabra. En El Banquete se define el amor como «la unión de los contrarios.» Fórmula es ésta que constituye el núcleo de todas las inspiraciones del arte. Goethe la ha resumido en una sola frase, condensando en ella lo íntimo y esencial del amor y a la vez su índole inefable en todo aquello que posee el sentimiento de irreducible al análisis intelectual.


El amor es para Goethe principio universal de vida, que se traduce en afinidad electiva. Referido el fenómeno complejísimo del amor, en parte oscurecido por el histerismo de inspiraciones calenturientas, a los procedimientos más elementales de la naturaleza viva, ha conseguido Goethe, con su símil o representación plástica de la unión de los contrarios, dar una idea aproximada de la característica, inherente al amor. Entiende la Química por afinidad electiva la tendencia de dos cuerpos a combinarse en un nuevo producto que en casi todas sus propiedades (color, densidad, &c.) es completamente diferente de los cuerpos primitivos y unidos. Frente uno a otro dos cuerpos que no poseen afinidad electiva, pueden hallarse constantemente en contacto, y sólo constituirán una yuxtaposición o agregación mecánica, inerte y sin vida, que no dará de sí ninguna nueva formación, ningún efecto dinámico o resultado vivo; si, por el contrario, poseen afinidad electiva, se unirán para producir bellas y fecundas y siempre nuevas manifestaciones de su existencia y de su vida; que por esto se ha dicho siempre en sentido recto y figurado que «es el amor fuente de la vida.


Si a esta unión inherente a [94] la afinidad electiva, se añade la condición propia de los elementos que se unen, cuando estos elementos son agentes personales o dotados de racionalidad, es decir, la sustantividad de los seres unidos, se podrá concebir el amor humano, con Goethe, como una afinidad electiva. Se hallan dotados de ella dos individuos humanos, se aman, pues tienden el uno al otro, y se constituyen como fuente y origen de nuevas formaciones; si no poseen esta afinidad, quedan indiferentes el uno frente al otro. «Este quimismo moral que no explica (y aquí se ofrece a la consideración la naturaleza inefable del sentimiento como irreducible por completo a análisis intelectual) porque un hombre ama a una mujer, que prefiere a todas las demás, y no a otra y a la inversa, es lo que se denomina usualmente la corriente secreta de la simpatía, que si se inicia en una inclinación, evoluciona y concluye en el amor. Por contraposición se define en El Banquete también el amor, «unión de los semejantes».


Aparentemente las dos proposiciones son contrarias, pero es evidente que los contrarios se unen en algo semejante, y este punto de vista nuevo en realidad confirma el anterior. Para Sócrates, el amor es un ser intermedio entre el mortal y el inmortal, un demonio, cuya función propia consiste en servir de intérprete entre los dioses y los hombres, llevando de la tierra al cielo los votos y el homenaje de los mortales, y del cielo a la tierra las voluntades y beneficios de los dioses. Así es que el hombre, por el esfuerzo del amor, se eleva hasta Dios, objeto supremo de todo deseo y cúpula y remate de toda aspiración amorosa. Explica después Sócrates el origen del amor concebido el mismo día del nacimiento de Venus, hijo del Dios de la abundancia, Poros, y del de la pobreza, Penia, con lo cual se pretende significar la naturaleza divina e ideal del amor y a la vez su carácter desinteresado. Su objeto, en último resultado, es lo bello y el bien. Ama lo bello el que desea poseerlo y producirlo para perpetuarlo; el que aspira a la inmortalidad enamorándose, en una gradual evolución, de la belleza del cuerpo primero, de la del alma después y finalmente de la superior que es la de la inteligencia.


Queda así elevada la teoría del amor a su más alto y superior sentido moral, pues en último término para Sócrates y Platón el amor, sublimado y depurado de toda la escoria de la pasión, es el amor de lo bello y de lo bueno, identificados con la verdad. Ya se puede colegir, por la simple exposición de la teoría del amor de Platón cuánto ha influido la intuición del filósofo griego en la manera de ser concebido y aun sentido este poderoso afecto en todo el largo trayecto de la cultura cristiano-europea. Podrá apreciarse el eco de la doctrina platónica, recordando que hasta los mitos, con que da relieve y plasticidad a sus ideas, persisten a través de las transformaciones y cambios, que fe, creencias y aspiraciones han sufrido. Después del diálogo El Banquete, apenas sí la literatura filosófica cuenta con obras, en que se trate directamente del amor, desde el punto de vista filosófico, más que los diálogos de León el Hebreo. En los tiempos modernos Michelet (V. su obra L'Amour) ha expuesto algunas ideas, mucha crítica y aspiraciones nobilísimas para contribuir a dignificar el amor. El libro de Michelet pertenece al género de la poesía en prosa y semeja un himno en loor de la mujer y de su dignidad a veces desconocida en el rudo batallar de las pasiones humanas.


El filósofo Jacobi hizo del sentimiento criterio de verdad, y de la superior manifestación del sentimiento en el amor, principio de la realidad y de la verdad misma, identificando de este modo su pensamiento y criterio con el de los místicos. El célebre pesimista Schopenhauer, en su libro Metafísica del amor, más cuida de hacer un estudio en que rebosa el humorismo y la nostalgia, cuerdas que vibran en la sombría inspiración del arte moderno, que se preocupa de asentar bases psicológicas para una teoría del amor. Lo paradójico de sus conclusiones excita el interés de la lectura, pero la Metafísica del amor será siempre obra de arte más que producción científica. De este carácter pretende revestir Mantegazza la obra que tiene hoy en publicación: Trilogía del amor, de la cual ha publicado ya: Fisiología del amor, Higiene del amor, y El amor en la humanidad, ensayo de una Etnología del amor.

Profundos como son todos los estudios debidos a Mantegazza, aparece hasta ahora su trabajo sobre el amor, huérfano de una base psicológica, y si abundante en análisis fisiológicos y en datos históricos, falto por completo de afirmaciones concretas, que pongan en claro la virtud y eficacia de este sentimiento para la vida y para el bien. En ningún asunto se muestra mejor que en el del amor, cuánto y cuánto perturba la acción invasora de la imaginación, con su tendencia invencible a personificar lo abstracto, el rigor de las indagaciones científicas.

Análisis psicológicos, siempre fragmentarios, se hallan esparcidos en algunos pensadores, entre ellos muy señaladamente en los psicólogos ingleses y en los espiritualistas franceses. Pero estos análisis, aparte el pensamiento preconcebido que los domina, pues son y somos en tales materias jueces y parte a la vez, adolecen todos de un pecado, que engendra confusiones sin cuento, pues se confunde siempre la raíz y base psicológica del amor con su aspecto moral. Buen ejemplo ofrece de ello la teoría de A. Smith y de todos los moralistas, partidarios de la simpatía hacia el bien y de la antipatía contra el mal como criterio de la moralidad. Eco quizá irreflexivo de la filosofía de Jacobi y Schleirmacher, estos moralistas olvidan o desconocen el carácter subjetivo y variable (no sólo por las condiciones ingénitas en el individuo, sino por las que ofrecen de consuno la educación y el medio) del sentimiento del amor, cuya raíz es suave y el fruto amargo: Principium dulce est, sed finis amoris amarus, decía Ovidio.

Si es escasa la literatura filosófica y científica del amor, es por el contrario la poética y artística abundante y numerosa. Las más preciadas obras de arte, las más sublimes inspiraciones del genio, como las más delicadas filigranas de composición deben lo más relevante de sus cualidades al talismán del amor. Casi como excepciones únicas, que se pueden señalar con el dedo, se indican los contadísimos poetas y artistas que no se han inspirado señalada y principalmente en el amor (Quintana entre nosotros, por ejemplo). Pero no es posible estudiar lo que es el amor en los poetas; se podrá si acaso observar lo que ha sido, las transformaciones por que ha pasado y la serie de cambios que la cultura común y la gran energía del espíritu colectivo han impreso a este sentimiento, cuyas hondas raíces llegan a los más bajos fondos de la individualidad (al egoísmo y a la pasión brutal) y cuyos desarrollos alcanzan a las regiones superiores de la existencia y de la idealidad.

La Morfología del amor, lo que ha sido a través del tiempo este sentimiento, puede ser estudiado con la ayuda y el auxilio de los poetas; pero de igual modo que no se constituye la Morfología sin el estudio previo de la Química, de la Física y aun de la Fisiología, no es posible explicar las transformaciones del amor sin que preceda a su estudio el psicológico del sentimiento mismo. Algo semejante puede decirse de los místicos, añadiendo además a los obstáculos antes enumerados, los nada despreciables de que los místicos se inspiran, más aún que el poeta, en el estado individual y exclusivo de su propio ánimo, que sólo se ocupan y preocupan del amor divino, que la exaltación y arrobamiento con que se inician el deliquio y el éxtasis ayudan a perder el sentido completo de la realidad. En suma pues el amor vivido, realizado y sentido (aunque sin los precedentes a que debe su existencia) se halla en místicos y poetas, pero la realidad y vida, de donde proceden tales manifestaciones, requiere que se intente, aunque sin desconocer sus dificultades, un análisis psicológico de lo que es el sentimiento del amor.

El sentimiento es una síntesis y la discreción de sus componentes es objeto del análisis. Como esta síntesis implica una unión total e indivisa de los términos, es difícil la discreción y aún se reconoce que en «achaques de sentimiento sabe más el corazón que la cabeza; se siente mejor que se explica» &c. Dado el objeto del sentimiento, que pone de relieve la receptividad del que siente (que no equivale jamás a la pasividad), hay necesidad de parte de éste de una reacción o energía que obra en su interior para determinar el sentimiento. Así es evidente que para que una cosa nos afecte se exige de nuestra parte alguna inclinación o interés hacia lo sentido, sin lo cual el sentimiento no llegaría a efectuarse y quedaría en la esfera de la posibilidad. Esta inclinación es el primer momento activo, el impulso dinámico, con que se inicia nuestra energía sensible y consiste en la tendencia o dirección hacia un objeto que nos afecta para unirnos con él. El límite que le es inherente, o sea la inclinación negativa, constituye la indiferencia, que sólo tiene un valor relativo. Como el sentimiento es por su naturaleza solidario y mucho menos discreto que el pensamiento, tiene la inclinación grados en su producción, lo mismo positivamente en la adhesión a lo sentido que negativamente en el desvío de ello. Son estos grados 1 ° el apetito, en sentido positivo, y la repugnancia, en el negativo, ambos aplicables a las tendencias del organismo corporal a objetos materiales; 2° el deseo, inclinación positiva hacia objetos que dudamos conseguir, y disgusto, en sentido negativo; 3° aspiración o anhelo, inclinación positiva hacia objetos que ofrecen dificultad para su posesión, y su sentido negativo, que es la aversión, y 4° el amor, como grado máximo de la inclinación positiva (amistad, simpatía y amor), y el de la negativa odio (enemiga y antipatía). No es el amor susceptible de muchas distinciones. La solidaridad y concreción con que nos adherimos al objeto amado, identificándonos con él, dificultan en gran manera que penetre en la complejidad de este sentimiento la fría discreción del análisis. El lenguaje propio del amor y de la pasión es la música más que la palabra, de donde se infiere que tanto la definición como la división del amor son por demás difíciles. Los miembros de toda división intentada del amor resultan contusos y no opuestos; porque unos y otros participan de la naturaleza común del sentimiento. Descartes procura dividir el amor en relación a la estima que nos merece lo amado, comparado con nosotros mismos; así dice: «Si estimamos lo amado en menor grado que a nosotros mismos, tenemos por él un simple afecto o afección; si lo estimamos al igual de nosotros mismos, amistad, y si lo estimamos superior a nosotros, devoción.» Cuando queremos mostrar exaltado nuestro sentimiento de amor, usamos en efecto como sinónimas las palabras amar y adorar. Somos devotos o adoramos aquello que estimamos superior a nosotros (Dios, la patria, el ideal, &c.). Pero a las dificultades indicadas hay que añadir la vaguedad y poca precisión del lenguaje, pues muchas de las palabras que usamos o son sinónimas o tienen un sentido vago y nada exacto, que no favorece para dar fijeza al análisis. Algo y aun mucho pudiera objetarse en tal respecto a la clasificación de Descartes, a pesar de su aparente exactitud. Leibniz habla de amor sólo en el último grado de la inclinación como sentimiento depurado de todo interés egoísta y dice que consiste en el placer que sentimos con la felicidad del ser amado. A. Comte admite esta misma idea para expresar lo que llama sentimientos altruistas. (V. Altruismo). La alegría o el placer y otra porción de relaciones son efectos ya propios de la sensibilidad, de suerte que hay que volver siempre al primer eslabón de esta cadena, que es la inclinación. El amor y la inclinación son la misma cosa considerada en dos momentos distintos. «Es el amor que llega» suelen decir los poetas de una manera intuitiva, refiriéndose a la plenitud de vida y acción propias de la pubertad, con lo cual se da a entender que no existe poder ni factor del alma que no concurra a la aparición del amor. Todo lo cual no obsta para que el amor sea un acto simple e irreducible a otro como lo es la voluntad, sin que aparezca como resultado de un concierto o efecto de una acción común. No puede manifestarse sin ciertas condiciones, pero no son ellas las que le crean. Amar es, pues, un hecho primitivo, un acto simple, una actividad psíquica sui generis como la inteligencia o la voluntad,

Apenas sí el análisis científico puede ir más allá del límite impuesto por la enumeración de los elementos que constituyen y revelan clamor como una energía e impulso, merced al cual el individuo complementa su naturaleza, uniéndose con la persona o el objeto amado. En tan amplia base (que comienza por ser fisiológica) ahonda sus raíces el sentimiento del amor; puede, pues, referirse su aparición y consiguiente desarrollo a uno de los dos instintos fundamentales de todo lo que vive y que sirve de acicate a todo impulso activo. Son estos dos instintos, los de la conservación individual y de la propagación de la especie. La expresión del primero es la del hambre y la del segundo el amor (época del celo en los animales y de fecundación en los vegetales, y en el hombre instinto de la [95] sociabilidad, que se traduce en la simpatía, amistad y amor). Al instinto de la sociabilidad, acicate según el cual el individuo inquiere en el todo social su complemento, referimos el origen de la inclinación y del amor. «Nada existe más dulce para el hombre que el hombre mismo», dice Aristóteles, oponiéndose anticipadamente a la máxima impía, que más tarde formulara Hobbes: homo homini lupus. El odio y repulsión a la soledad y al aislamiento son signos negativos de la base que tienen todas las manifestaciones del amor. Ejemplos de este odio a la soledad, contraria a la naturaleza sociable del hombre, ofrecen los casos tristes de suicidios cometidos y demencias adquiridas por los que, presos, se han hallado sujetos a todos los rigores del sistema penitenciario, denominado celular. Si se han templado las crudezas de este sistema ante tan dolorosas enseñanzas, es porque advierte la experiencia lo que ya presiente la razón: que el hombre, aislado por completo, muere como la planta a la cual se la arrancan sus raíces. La existencia del hombre solitario, del Robinsón, es un mito, el hombre es un animal, como decía Aristóteles, naturaliter politicum, es decir, sociable y en la sociabilidad se halla la causa ocasional del sentimiento del amor. Las exigencias y necesidades de la naturaleza específica de cada individuo, no se limitan sólo al individuo como tal (nutrición), sino a la propagación y conservación de la especie, por lo cual cada individuo (el hombre entre ellos) obedece a la ley general del todo a que pertenece. Y en esta idea del todo, comprendemos desde el medio o conjunto de condiciones naturales que nos rodean y desde la suma de relaciones en que nos movemos hasta las circunstancias en que podemos encontrar cualquier expansión o dilatación de la individualidad. Tal es el objeto del amor, estimando por consecuencia infundada la clásica división del amor en amor a las cosas y a las personas (concupiscencia y benevolencia), pues se ama todo lo que nos circunda, en cuanto de alguna manera complementa nuestro ser, y uniéndonos con ello constituimos algo que en la unión resulta superior a la individualidad aislada para coparticipar y colaborar al fin general. Esta raíz natural, fisiológica y después sociable del amor, muestra bien claramente su carácter, necesario y hasta fatal en el advenimiento de la pasión, templada y regulada más tarde por los esfuerzos de la reflexión, a la vez que el desinterés con que nos unimos al objeto amado, llegando, si es preciso, al sacrificio. Si después personificamos todo objeto amado, (sin exceptuar la naturaleza), y nos dejamos arrastrar egoístamente por la fatalidad de la pasión, otra vez aquella personificación y éste interés exclusivo, aparecen y toman cuerpo en la flaca condición humana, suponiendo y aun acentuando la existencia de aquellos carácteres antes indicados. El móvil general del amor (complemento de la individualidad por medio de los instintos sociales), tiene dos manifestaciones concretas: el apetito sexual y el atractivo de la belleza. Aun sin identificar ésta, como lo hace la doctrina platónica y con ella todo el espiritualismo hoy reinante, con la bondad, es lo cierto que lo bello y lo bueno tienen múltiples conexiones entre sí, de donde surge luego el carácter moral, propio de esta actividad psíquica del amor como de toda energía, dentro de su límite y grado. De las desviaciones y aberraciones que ha sufrido y aun sufre el apetito sexual, están llenas las páginas de la Historia; de depurarlas gradualmente, consagrando y dando fijeza al sentimiento del amor contra las seducciones de la carne y las vaguedades inconsecuentes de todo idealismo, se han ocupado y preocupado constantemente el individuo y la sociedad con la alta y superior institución del matrimonio, elevado por la Iglesia a Sacramento, y considerado por Proudhón como sacramento universal (V. Familia y Matrimonio).


En la familia y en el matrimonio halla su completa consagración la finalidad inherente al amor; que si toda energía anímica, el alma misma considerada como entidad por el esfuerzo de la abstracción, es una energía que inquiere un fin, una entelequia ideológica; el amor, como impulso, deseo y acicate, ha de tener fin propio y adecuado, en el cual se condensen desde los instintos más bajos y concupiscentes, hasta las aspiraciones más etéreas e ideales. El amor propiamente dicho, aquel en el cual se reúnen sus dos móviles principales, el apetito sexual y el atractivo de la belleza, revestidos de un carácter moral y depurados de los vicios y desórdenes de la pasión, posee una finalidad fisiológica (anunciada por la pubertad, cuando se despierta el instinto genésico), y a la vez una finalidad moral y social, creando medio favorable y adecuado para la conservación y desarrollo de los individuos en la familia, centro de todos los afectos humanos (incluso del sentimiento religioso, del cual han sido expresión en la Historia los antiguos dioses penates y lares). Nace el amor en las bajas regiones del instinto (y considerado desde este punto de vista exclusivo y por su aspecto material, puede llegarse a definir «exceso de nutrición»), pero no queda recluido dentro de tales límites.


Su origen fisiológico se convierte en medio y condición favorables para enriquecer la vida de relación; que por esto el amor se anuncia lo primero por su carácter expansivo. A él sigue la satisfacción de necesidades de orden puramente moral y social, afectos conscientes, amistades íntimas y anhelos recónditos y secretos del corazón. La nostalgia, bellamente descrita por el poeta y sentida por todos los soñadores y por toda alma noble de aquél que se siente sólo en medio de las muchedumbres, porque le aguijonea el deseo de vivir en otro y para otro, en el cual o en la cual se sintetiza, por exaltación idealista, el mundo entero; la vacuidad de nuestro propio destino cuando consideramos como planta exótica, que no echa raíces en ninguna parte, nuestra individualidad aislada; todas estas voces íntimas, todos estos secretos a voces, denuncian que el amor llega, que tiende este sentimiento a una fijeza y estabilidad, de que son eco los juramentos de cariño, que no le basta el presente y anhela el porvenir, invocando una fe que podrá salir fallida, pero que es ingenuamente sentida cuando se expresa, y finalmente que el amor pasa de la categoría de instinto a la de pasión de ésta a la de un sentimiento complejísimo, universal, que si no es el único acicate de la vida, es por los menos factor del cual no se puede nunca prescindir.


¡Cuán bella resulta entonces la frase de Santa Teresa: «no temo al infierno por sus penas, sino porque es un sitio donde no se ama»! El que no ama (sin especificar qué o a quién) es ser sin finalidad propia; nota desacorde en el concierto general, allá va donde el vendaval de las circunstancias le arrastra. Efecto de esta finalidad, que en todo lo que toca al porvenir sólo puede ser presentida, es la iniciativa poderosa que tiene para las más altas concepciones del amor la imaginación. Ella ha dado plasticidad tan acentuada a los móviles del amor (apetito sexual y atractivo de la belleza) que ha llegado a atribuirles origen divino en el hermoso símbolo del Eterno femenino, invocado por Goethe en su poema del Fausto.

Por todo lo que se desprende de estos análisis intentados, y en los cuales apenas sí sale de la penumbra, se comprende y explica que el amor, materia repulsiva al análisis, es tierra abonada para las grandes síntesis, en que se condensan las llamaradas geniales del artista. Así ha sido y seguirá siendo el amor aroma inextinguible, que esparce en todas las creaciones geniales algo perdurable y eterno, como que imprima sello imborrable a las supremas condensaciones de cuantos anhelos bullen, crecen y se agitan en el alma de individuos y pueblos. Hasta la penumbra e indefinición que rodea al amor (aumentando sus encantos), favorece en alto grado para que el artista halle en la descripción de sus múltiples matices, aspectos siempre nuevos con que retratarlo.


Desde muy antiguo y según el mito de Platón está constituido por las dos mitades del hombre ideal (andrógino), que separadas por una divinidad envidiosa, tiende incesantemente a unirse. Ley general en la afinidad, atracción y simpatía (unión de los contrarios y unión de los semejantes en el diálogo platónico), se expresa su universal aplicación (cuando repiten, por ejemplo, todos los poetas que «la primavera es el canto general de amor en toda la naturaleza), atribuyéndola un origen absoluto, del cual nacen cuantas divinizaciones del amor se conocen en mitologías, leyendas, creencias y religiones. El amor ha sido representado en la antigüedad clásica como un dios (demonium), cuyas primeras manifestaciones, por la naturaleza del sentimiento, llevan consigo algo contrario a la reflexión y al cálculo, caracteres que persisten siempre en la pasión y que han servido a Hartmann para personificar en la mujer el predominio de su principio de lo inconsciente; así dice (V. Philosophie de l'Inconscient): «la mujer es al hombre lo que el instinto o lo inconsciente a la reflexión y a la conciencia.» Toma cuerpo el amor primero en la imaginación, que a pesar de ser la loca de la casa, es la que presenta después a la razón asunto para ejercitarse y llegar a influir en los movimientos apasionados de la vida.


En vano clamará la razón, con la severidad inflexible de sus deducciones lógicas, extasiándose ante la contemplación de un orden inalterable, que rayaría en la monotonía y el desencanto; porque a la corta o a la larga recobrará sus fueros la imaginación y saldrán triunfantes sus personificaciones y tipos, haciendo palpitar y conmoverse la atmósfera moral que todos respiramos.


No se concibe en lo humano esfuerzo más gigantesco de parte de la razón, que el llevado a cabo por el estoico moderno, por Kant. Pues este filósofo pone, cual remate y cúpula de su grandiosa concepción racional, algo que a la imaginación corresponde y que sirve para sustituir la ruina general de creencias aplastadas por su crítica demoledora. Así dice que le basta para reconstruir la realidad del mundo, destruida por la crítica de la razón pura, «la contemplación del cielo estrellado por cima de su cabeza y el sentimiento del deber en el fondo de su corazón.» Anhela, pues, el gran crítico, sediento de algo estable, que la imaginación le preste su auxilio virtual y poderoso para que el alma se eleve y sublime. Es que el amor triunfa de todos los obstáculos; es que para el amor no existe lo imposible, antes bien le atrae; es que el amor atropella las mismas reglas de la lógica (así confunde la sana razón al enamorado con el loco, locura de amor).

La genealogía mítica del amor, en medio de sus múltiples y aun contradictorias referencias, ofrece un carácter común: el de atribuir el origen del amor a personificaciones de la belleza, del valor, del placer, de la astucia o de alguna de las cualidades que más resaltan en este sentimiento tan complejo. De interés puramente histórico y aun erudito, todas estas encarnaciones fantásticas de algunas de las cualidades del amor deben, sin embargo, ser mencionadas como otros tantos elementos que han influido en la antigüedad clásica, en la Edad Media y hasta en la época del Renacimiento, para determinar la serie de transformaciones que en el decurso del tiempo ha sufrido el sentimiento del amor. A ello han contribuido en primer término estas creencias y representaciones míticas, unidas al elemento intelectual, latente siempre en el sentimiento del amor, de cuyo elemento procede (o a la inversa él procede) la distinta consideración que en la historia y en la sociedad ha merecido la mujer como principal personificación del amor, señaladamente desde la Edad Media.


Las creencias míticas y las religiosas, el elemento intelectual y la consideración más o menos respetuosa a la mujer; tales son los factores que determinan la evolución del amor en la historia y en el arte. No es necesario más que indicar estas evoluciones para que se comprenda cuán íntimamente se hallan ligadas con todas las manifestaciones sincréticas de la cultura humana. Al amor clásico, propio de la antigüedad grecorromana, en la cual la mujer es casi únicamente instrumento de placer, y el más íntimo y profundo amor es el universal, sucede el amor caballeresco y cristiano de toda la Edad Media, y al cual contribuyen en primer término el cristianismo, el sentimiento de la individualidad y de la dignidad, propios de los pueblos bárbaros, y la más alta consideración de la mujer, elevada, si no al igual del hombre, a la categoría de depositaria del honor y de la vida. «Mi Dios, mi dama y mi honor;» es la fórmula que condensa todo el amor caballeresco y cristiano, tan bellamente representado en nuestro gran Teatro nacional. Con la Edad Media, que en España se prolonga más allá, del siglo XVI porque fue la península valladar insuperable contra la Reforma, termina, el amor caballeresco y comienza como producto natural del Renacimiento una espiritualización intelectualista de este sentimiento, que parece hijo exclusivo de la erudición y del formalismo externo. Es la época, en la cual se reproduce como planta exótica, rodeada de aparatosas exterioridades, el amor platónico; son los tiempos en los cuales se identifica el amor con la galantería. Para sentir, para que viva el corazón, para descubrir algo parecido al amor, preciso es recurrir por esta época al amor [96] picaresco. Se rompe esta ligadura oropelesca a fines del siglo pasado (los jurados de amor del siglo XIV parecen precedentes de esta protesta) y aparece el amor romántico contra toda conveniencia y regularidad. La tendencia positivista y práctica de la cultura moderna, la perenne batalla que se viene librando en pro del divorcio, la doctrina del medio social como factor que determina la dirección de nuestros sentimientos y el anhelo de secularizar la vida toda y con ella el amor contribuyen de consuno a dar al amor moderno un carácter real ideal, cuyos frutos para el sentido moral y aun para el bienestar de la familia y de la sociedad no se pueden apreciar de momento, pues dura aún la lucha, y aunque no se ignora de quién será el triunfo para llegar a él más pronto se apuran todos los recursos.

Por la complejidad de este sentimiento del amor, que dejamos en parte indicada en el análisis, y por su universal aplicación a todas las relaciones de la vida, necesita ser determinado el amor y precisada su naturaleza específica por medio del objeto a que se consagra directamente; así se distingue en el amor, sin que con tales distinciones se agote su realidad y eficacia, el amor propio o de sí mismo, el amor conyugal o amor de la familia, el amor de nuestros semejantes o a la humanidad, el amor de la naturaleza el amor a la patria y el amor a Dios. Y si aún pretendiéramos especializar el contenido siempre complejo de este sentimiento, podríamos señalar como objetos propios del amor, que aunque no son susceptibles de personificación, implican variedad de matices en el sentimiento, el amor a la verdad, el amor a la justicia, de cuyo sentimiento pretende hacer Proudhón una nueva divinidad, y el amor al arte, manifestaciones éstas de nuestra vida afectiva, que se refieren al modo como el individuo incorpora su acción a la del todo social y colabora, dentro de su límite, al desarrollo de las grandes energías del espíritu colectivo, que denominamos Ciencia, Derecho, Moral y Arte.

Amor propio o amor de sí mismo (algunos pretenden que sean distintos). - Abraza todos los actos y por extensión todos los objetos que contribuyen a la conservación y complemento del individuo. Comprende el amor el bienestar que dice Malebranche, el desenvolvimiento de nuestro ser como afirma J. Simón, o el deseo de la más alta perfección posible, según Janet. En tal sentido el amor propio, que no puede identificarse con el necio enamoramiento de sí, atribuido a Narciso por la Mitología, es la base y condición de todo otro amor, y hasta cierto punto contiene (aun cuando la afirmación pueda prestarse al equívoco, confundiendo el análisis psicológico del amor propio con su sentido moral) todo otro sentimiento. Es indudable que si tomamos el amor propio como la estima que hacemos de nuestra personalidad (condición que no niega el sacrificio y abnegación que pueden imponernos (determinadas circunstancias y nuestros deberes morales), sólo en el grado y medida en que nos estimamos (y por tanto nos respetamos), estimamos a los demás.

Ante todo, importa distinguir el amor propio (análisis psicológico) de su posible desviación, que es el egoísmo y al cual refieren algunos (V. A. Naville, Revue Philosophique, t. XI) el amor de sí. Desde luego el amor propio no es egoísta por naturaleza, psicológica y aun fisiológicamente considerado, puesto que el hombre tiene tanto de individual como de social, y en la sociabilidad complementa y perfecciona su individualidad; así es que el amor propio contiene tendencias e inclinaciones de sociabilidad de simpatía y de abnegación. El amor propio no está reñido con el heroísmo y con el sacrificio; antes bien, por violentas interpretaciones del amor propio, por puntillos de honra, que dice gráficamente el sentido común, afronta a veces el hombre el peligro con temeridad punible. Por el contrario el egoísmo supone, o simplemente la existencia del interés individual, prescindiendo de todos los demás, o el cálculo y la reflexión sobre el bien propio y el ajeno, prefiriendo el primero al último. Se llama egoísta al hombre que se ama a sí mismo con exclusión de los demás.

El egoísmo es la indiferencia, la ausencia de simpatía a las alegrías o sufrimientos de los demás. Pero el egoísmo no es el amor propio. Existen hombres que sólo piensan en sí mismos, que únicamente emplean sus facultades en buscar el placer y evitar el dolor, y que tienen, sin embargo, poco o ningún amor propio. Mientras el amor propio se contiene dentro de los limites de una estima moderada y legítima de sí mismo, es un instinto noble y que no merece censuras. Puede tomar dos formas: la estima de cada cual por sí mismo en cuanto hombre (sentimiento de la dignidad) y esta misma estima como individuo que se compara con los demás, sintiéndose dichoso si se considera igual o superior a ellos, y desgraciado si inferior. Es un instinto favorable para el progreso de la humanidad, pues aun en su segunda forma, que es la más susceptible de desviación, sirve de base al noble sentimiento de la emulación. Los excesos de que puede adolecer el amor propio tocan al aspecto moral de este sentimiento y se refieren a las dos formas en que aparece: el orgullo o estima exagerada de nosotros mismos, que nos admiramos de nuestro propio valer más allá de los límites convenientes, y la vanidad que es el mismo defecto, aplicado a la admiración que deseamos nos consagren los demás. Según ya hemos dicho, existe en el amor un elemento intelectual, que también se hace patente en el amor propio. Así es que se diversifica, según la idea que cada cual tiene de su propia perfección, y además de las cualidades que estimamos generalmente y que deseamos para nosotros mismos (belleza, talento, fuerza, poder, &c.), cada uno siente después su amor y aun lo refiere específicamente de un modo distinto, según su edad, sus ocupaciones y sus ideas de la vida y destino humano.


Tan poseído de sí se siente el gimnasta con la fuerza y elegancia de sus ejercicios, como el poeta de su genio. La perturbación del sentido moral (egoísmo, orgullo, vanidad) implica a la vez las desviaciones consiguientes del amor propio, lo cual explica psicológicamente, aunque no justifica ante la moral, que un Tenorio se sienta orgulloso ante el éxito de sus aventuras, y que un Candelas se crea superior a los demás por su rara habilidad para apoderarse de lo ajeno. Pero si se declaran estas aberraciones, en lo que toca al sentido moral del amor propio, y a la vez se ahonda en su análisis psicológico, fácil es descubrir, ya que en el mismo desorden existe el orden, que tales aberraciones revelan el fondo y la esencia del amor propio; porque en aquellos ilegítimos orgullos existe una estima de la fuerza, audacia, astucia, habilidad, &c., de una serie de cualidades en suma, cuya aplicación será mala, pero cuya posesión no debe ser objeto de menosprecio. Estos delicados puntos de conexión que el análisis descubre, entre el origen psicológico y el carácter moral del amor propio, deben ser tratados (y lo son hoy, V. Guyáu, Problèmes d'esthétique contemporaine) al examinar las relaciones de la moral con el arte. Cuando estas relaciones se ponen en claro, se explica, por ejemplo, que exista lo que algunos llaman belleza de lo feo (el Cuasimodo de V. Hugo y el Mefistófeles de Goethe) y representación artística del mal para dar un relieve y plasticidad mayores al bien, obedeciendo a la ley del contraste que es campo siempre por espigar para la inspiración genial del artista.

Es, pues, el amor propio el principio común o base general de todos los sentimientos, que se refieren a la conservación de la individualidad; pero como el individuo lo es en supuesto del todo social, y en unión con otros dentro de este todo, o es a la vez individual y social, el amor propio no es exclusivo del amor a los demás y por extensión puede afirmarse que es principio común y base general de todos nuestros afectos. El amor propio, que se traduce en emulación y amor a la gloria, puede llegar al sacrificio y al heroísmo. Así puede afirmarse con Voltaire que «el amor propio bien entendido, no se separa nunca del amor humano» y con Joubert «que al lado del amor propio existe el amor a los demás hombres». El amor propio, resultado y aun supuesto de la sensibilidad, constituye la esencia misma de la individualidad; porque nadie puede abstraerse de sí mismo o prescindir de sí. La legitimidad del amor propio consistirá por tanto en que se circunscriba a los límites que le señalen la conservación y desenvolvimiento de cada individuo. Cuanto niegue o se oponga a estos fines en el individuo mismo, o de parte de éste para los demás, es ilegítimo, Amor a nuestros semejantes. V. Caridad. Amor patrio. V. Patria. Amor divino. V. Misticismo.


Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano
Montaner y Simón Editores, Barcelona 1887

http://www.filosofia.org/enc/eha/e020093.htm


Eros y Psique





Una de las primeras apariciones del amor, en el sentido estricto de la palabra, es el cuento de Eros y Psique (del libro de Apuleyo, El asno de oro o La metamorfosis). Eros, divinidad cruel y cuyas flechas no respetan ni a su madre ni al mismo Zeus, se enamora de una mortal, Psique. El alma de Psique se eleva progresivamente gracias al amor de Eros, de la condición mortal a la inmortalidad divina (La presencia del alma en esta historia de amor podría ser un eco platónico, y lo mismo que la búsqueda de la inmortalidad). Eros se enamora de una muchacha que es la personificación del alma más allá de su inconmensurable belleza física (recordemos: Psique en griego es alma). El amor es mutuo y correspondido: ninguno de los dos amantes es un objeto de contemplación para el otro; tampoco son gradas en la escala de la contemplación. Son innumerables las historias de dioses enamorados de mortales, pero en ninguno de esos amores -invariablemente sensuales- figura la atracción por el alma de la persona amada.

El cuento de Apuleyo anuncia una visión del amor destinada a cambiar, quizás, la historia espiritual de Occidente.

Apuleyo fue iniciado en los misterios de Isis y su novela termina con la aparición de la diosa y la redención de Lucio, que había sido transformado en asno para castigarlo por su curiosidad. La transgresión, el castigo y la redención son elementos constitutivos de la concepción occidental del amor (tema que también muestra Goethe en el Segundo Fausto, Wagner en Tristán e Isolda y Nerval en Aurelia)

Psique es castigada por su curiosidad -o sea, por ser la esclava y no la dueña de su deseo- y tiene que descender al palacio subterráneo de Plutón y Proserpina, reino de los muertos pero también de las raíces y los gérmenes: promesa de resurrección. Pasada la prueba, Psique vuelve a la luz y recobra a su amante: Eros el invisible al fin se manifiesta.

Este cuento tiene visos de amor realista: una suegra cruel (Venus), unas hermanas envidiosas (las de Psique), una prueba que tendrá que pasar la enamorada (bajar a los infiernos en busca de la cajita que contenía la hermosura). Finalmente Zeus dejará que los amantes vivan juntos, a pedido de Cupido locamente enamorado de Psique; será Hermes quien la raptará y la llevará a los cielos elevándola hacia la divinidad y la inmortalidad, para que viva con su amado y de a luz a una hija a la que llamarán Voluptuosidad.

LA FILOSOFIA DEL AMOR No es extraño que la filosofía del amor haya aparecido primero en Grecia. Esta se había desprendido muy pronto de la religión: el pensamiento griego comenzó con la crítica de los filósofos pre socráticos a los mitos; o sea, los pensadores griegos hicieron la crítica de los dioses desde la razón (no como los profetas hebreos que hicieron la critica de la sociedad desde la religión). Tampoco es extraño que el primer filósofo del amor, Platón, haya sido también un poeta: la historia de la poesía es inseparable de la del amor.

Aunque la concepción del alma es central en la filosofía del amor platónico, no lo es en el sentido que lo fue después en Provenza, en Dante y en Petrarca.

El amor de Platón no es el nuestro. Podría decirse incluso que quizás la suya no sea una filosofía del amor, sino una forma sublimada y sublime del erotismo. Para ver esto, podríamos buscar párrafos de los dos diálogos dedicados al amor, Fedro y el Banquete, y compararlos con otros grandes textos dedicados al mismo tema que nos han dejado la filosofía y la poesía.

El Banquete está compuesto por varios discursos o elogios del amor dichos por siete comensales. Un ejemplo: el de Aristófanes. Para explicar el misterio de la atracción de los seres, acude al mito del andrógino original. Los andróginos eran seres dobles, fuertes, inteligentes y quienes amenazaban a los dioses. Para someterlos, Zeus los dividió: desde entonces, las mitades separadas andan en busca de su mitad complementaria. Este mito nos hace reflexionar: ¿somos acaso seres incompletos y el deseo amoroso es perpetua sed de compleción?

Quizás la idea que sin el otro no seré yo mismo, tanto como el relato en que Eva nace de la costilla de Adán, son metáforas poéticas que sin explicar realmente nada, dicen todo lo que hay que decir del amor. De todas formas, el mito del andrógino, aunque bello, no toca aspectos fundamentales en el misterio del amor: la libertad de los amantes en la elección o la predestinación.

El centro de El Banquete es el discurso de Sócrates. Allí relata una conversación que él tuvo con una sabia sacerdotisa Diotima de Mantinea.

Diotima comienza diciendo que Eros no es ni un dios ni un hombre: es un demonio, un espíritu que vive entre los dioses y los mortales. Su misión es comunicar y unir a los seres vivos. Es hijo de Pobreza y de Abundancia y esto explica su naturaleza de intermediario: comunica a la luz con la sombra, al mundo sensible con las ideas. Como hijo de Pobreza, busca la riqueza; como hijo de Abundancia, reparte bienes. Es el que desea y pide, es el deseado que da.

En un determinado momento Diotima previene a Sócrates: el amor no es simple. Es un mixto compuesto por varios elementos unidos por el deseo. El amor es algo más que atracción por la belleza humana, sujeta al tiempo, la muerte y la corrupción. Todos los hombres desean lo mejor, dice Diotima, comenzando por lo que no tienen. Estamos contentos con nuestro cuerpo si nuestros miembros son sanos y ágiles, sino no vacilaríamos en deshecharlos para tener en su lugar los miembros de un atleta. ¿Qué logramos cuando alcanzamos aquello que deseamos? Nos sentimos felices. Los hombres aspiran a la felicidad y la quieren para siempre. El deseo de lo mejor se alía al deseo de tenerlo para siempre, pero los hombres padecen una carencia: son mortales. La aspiración a la inmortalidad, a perpetuarse, es común a todos.

El discurso de Diotima y los comentarios de Sócrates son una suerte de peregrinación. A medida que avanzamos, descubrimos nuevos aspectos del amor. Pero hay una parte escondida que no podemos ver con los ojos sino con el entendimiento. "Todo esto que te he revelado, dice Diotima a Sócrates- son los misterios menores del amor". Y luego le habla de los más altos y escondidos.

En la juventud nos atrae la belleza corporal y se ama a un cuerpo. Pero si lo que amamos es la hermosura por qué amarla nada más en un cuerpo y no en muchos?

Diotima vuelve a preguntar: ¿Si la hermosura está hecha en muchas formas y personas por qué no amarla en ella misma? ¿Y por qué no ir más allá de las formas y amar aquello que las hace hermosas: la idea?

Diotima ve al amor como una escala: abajo, el amor a un cuerpo hermoso; luego, a la hermosura de muchos cuerpos; después, a la hermosura misma; más tarde, al alma virtuosa; al fin, a la belleza incorpórea. Si el amor a la belleza es inseparable al deseo de inmortalidad, ¿cómo no participar en ella con la contemplación de las formas eternas?

La belleza, la verdad y el bien, son tres y son uno; son caras o aspectos de una misma realidad. Diotima concluye: "aquel que ha seguido el camino de la iniciación amorosa en el orden correcto, al llegar al fin percibirá súbitamente una hermosura maravillosa, causa final de todos nuestros esfuerzos... Una hermosura eterna, no engendrada, incorruptible y que no crece ni decrece". Una belleza entera, una, idéntica a sí misma, que no está hecha de partes como el cuerpo ni de razonamientos como el discurso.

El amor, entonces, es el camino, el ascenso, hacia esa hermosura: va del amor a un cuerpo solo al de dos o más; después, al de todas las formas hermosas y de ellas a las acciones virtuosas; de las acciones a las ideas y de las ideas a la absoluta hermosura. La vida del amante de esta clase de hermosura es la más alta que puede vivirse pues en ella "los ojos del entendimiento comulgan con la hermosura y el hombre procrea no imágenes ni simulacros de belleza sino realidades hermosas". Y éste es el camino de la inmortalidad.

¿Diotima habló realmente de amor?. ¿Podemos pensar que por amar un cuerpo hermoso deberíamos también amar a otros cuerpos que también son hermosos, como Diotima dice?

Diotima está hablando de algo muy distinto a lo que entendemos por amor. Para nosotros las condiciones de fidelidad y posesión son casi indispensables para hablar de amor. Diotima no habla de ello, no piensa en el sentimiento de aquel o aquella que amamos: los ve como simples escalones de ascenso hacia la contemplación.

¿Es diferente al Don Juan que amaba a todas las mujeres? Sí, lo es. Don Juan tiene una "carrera" en sus amoríos que es hacia abajo y termina en el infierno, mientras que la del amante platónico culmina en la contemplación de la idea.

Clr. Lidia Mantini

Entrevista sobre un enfoque junguiano de la Astrología en Más Allá nº 236



Alberto Chislovsky: “El cielo refleja lo que ocurre en la Tierra”Más Allá de la Ciencia" Textos Moises Garrido Vázquez

Los grandes cambios de todos los tiempos, como el nacimiento del cristianismo o la revolución copernicana, están íntimamente relacionados con una serie de configuraciones galácticas que es posible interpretar desde un planteamiento junguiano. Porque, tal y como nos explica el astrólogo Alberto Chislovsky, más allá del espacio, el tiempo y las leyes físicas conocidas, el cielo es el reflejo del inconsciente colectivo.

“El cielo estrellado es el libro abierto de las proyecciones cósmicas, el reflejo de las mitologías y los arquetipos. En este modo de ver se dan la mano la astrología y la alquimia, las dos antiguas representantes de la psicología del inconsciente colectivo.”Así se expresaba el psicólogo Carl Gustav Jung en 1941, al celebrarse el cuarto centenario de la muerte del gran alquimista y médico suizo Paracelso. Actualmente, si hay alguien que conoce y sigue desarrollando esta sugerente línea unificadora entre lo macrocósmico, las claves astrológicas y el inconsciente colectivo es el psicólogo y astrólogo argentino Alberto Chislovsky, a quien tuvimos ocasión de entrevistar durante su reciente visita a España con motivo de la presentación de su obra La influencia de la astrología en el pensamiento de C. G. Jung. Chislovsky es psicoterapeuta junguiano del Instituto Jung de Buenos Aires. Ha sido director asociado del Centro de Terapias Transpersonales y Neo-Chamánicas de la capital argentina y es, además, conferenciante, autor de numerosos ensayos y del libroJung y el proceso de individuación, que tuvo una gran acogida en los círculos especializados argentinos. En los últimos años ha desarrollado algunas de las hipótesis más novedosas sobre la interrelación que existe entre los procesos psíquicos y la influencia de los astros, teniendo siempre en cuenta el concepto junguiano de sincronicidad (coincidencia no causal entre dos o más acontecimientos). Tras participar en un congreso sobre astrología celebrado en Cádiz a primeros de junio, Chislovsky se desplazó hasta Sevilla para reunirse con miembros de la Asociación de Psicología Analítica de esta ciudad. La capital hispalense fue, precisamente, el marco de la presente entrevista.

Centro galáctico

Según explica Chislovsky, el apex es el punto del espacio hacia el cual se dirige el Sol y, con él, todo el sistema solar a una gran velocidad. El centro galáctico (C.G.) es el punto alrededor del cual giran nuestro sol y nuestra galaxia, la Vía Láctea, y el super centro galáctico (S.C.G.) es una especie de punto virtual alrededor del cual giran un grupo de galaxias locales, incluida la nuestra. Parece ser que tanto el centro galáctico como el super centro galáctico se vinculan de forma muy significativa con personajes que han protagonizado importantes revoluciones sociales, culturales, científicas y religiosas, o que han sido artífices de profundos cambios de conciencia colectivos. Por ejemplo, Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna, tiene su Luna natal en conjunción con el C.G. Asimismo, se observa una correlación entre el C.G. y el surgimiento del cristianismo.

Igualmente, existe un vínculo entre el S.C.G. y la revolución copernicana que desterró definitivamente la visión ptolemaica que hasta la Edad Media se tenía del Universo. “En 1543, cuandoCopérnico escribió su De Revolutionibus Orbium Coelestium –indica Chislovsky–,había una coincidencia en el aspecto de septil entre el ascendente simbólico precesional (A.S.P.), a 17º21’ de Escorpio, y el S.C.G., a 25º24’ de Virgo, que indicaba claramente una profunda revolución sobre la idea del mundo.”No obstante, Chislovsky reconoce que no es posible verificar la validez de la astrología a través de las causas o energías conocidas hasta ahora a nivel físico, ya que, según explica, este método “está más ligado al fenómeno de la sincronicidad. Es la única manera de explicar la astrología, porque sus leyes transgreden nuestros conceptos sobre el espacio y el tiempo”. Cambio en el super centro galáctico: Interés por el espiritismoEn el año 1870 se produjo el cambio de signo del super centro galáctico (S.C.G.) de Virgo a Libra, un acontecimiento que, según Alberto Chislovsky, influyó en el surgimiento de las nuevas ideas científicas y, sobre todo, en el florecimiento del interés de muchos científicos por los fenómenos espiritistas, hasta dar lugar a la metapsíquica –madre de la moderna parapsicología– a raíz de las investigaciones del físico Sir William Crookes. “Fijémonos en los cambios que hubo en la ciencia a partir de ese año –explica Chislovsky–.Palabras como relatividad, complementariedad, incertidumbre, etc., empiezan a aparecer en el campo científico y a poner en duda toda la estructura newtoniana del Universo.”

Los astros y la historia

La astrología es una disciplina casi tan vieja como la humanidad que tuvo una gran importancia durante el Renacimiento.“El paradigma del Renacimiento fue un paradigma astrológico. Todo estaba basado en la astrología”,explica Chislovsky. Científicos, filósofos, pensadores y artistas tuvieron muy en cuenta la importancia del conocimiento astrológico. “Pensemos en Paracelso –subraya el psicoterapeuta argentino–. Para él, la enfermedad y la curación venían del cielo. Al surgir la sífilis y propagarse entre las tropas francesas que rodeaban Nápoles, Paracelso encontró la solución del siguiente modo: ‘Francia es el país de Júpiter –se dijo–. Si esta enfermedad está ligada a Júpiter, ¿cuál es el opuesto de este planeta astrológicamente? Mercurio. Entonces, utiliza el mercurio para curar la sífilis’. Y de ahí viene la idea de que el mercurio cura la sífilis. No hubo ninguna experimentación científica. Ese fue su único razonamiento. Qué vínculos hay entre la astrología y ciertos acontecimientos históricos?Muchísimos. Le pondré un ejemplo. Cuando estalló la Revolución Francesa había una cuadratura entre el S.C.G. y el eje de precesión de los equinoccios. Y todo aspecto de 90º en astrología es síntoma de tensión.

Unos años antes, en 1755, con la conjunción del eje de precesión simbólico con el C.G. en el período de Sagitario, todo se centraba en la razón, pero sin embargo se produjo un importante terremoto en Lisboa, que afectó al sur de España, lo que venía a demostrar que hay cosas que la razón no puede prever. Fue la época en la que nació el mito de la ciencia. Todo mito surge con una cosmogonía asociada, una forma de explicar el mundo. La ciencia no fue una excepción. Ese mismo año de 1755 Kant escribió su “teoría delcielo”, coincidiendo con el aspecto de la conjunción que en astrología significa el comienzo de un nuevo ciclo.

La implicación del C.G. anunciaba el inicio de una nueva ortodoxia, como efectivamente sucedió, ya que la ciencia empezó a reemplazar a la religión como factor dotador de sentido. Este comienzo de ciclo se completó cuando el eje simbólico precesional cambió de signo (de Sagitario a Capricornio), previa conjunción con el apex. Fue etonces cuando apareció el astrónomo y matemático Pierre Simon Laplace e hizo de la teoría de Kant toda una formulación matemática. Se la presentó a Napoleón y éste le dijo: “Aquí falta algo”.Laplace le preguntó qué, y Napoleón le respondió: “Dios”. El científico le aclaró que esa era una hipótesis que no se había planteado. Fue ahí cuando la ciencia se separó definitivamente de lo divino, reflejando así la influencia del apex y del cambio de Sagitario (para la astrología, imagen divina) al materialista y empírico signo de Capricornio. Es impresionante observar cómo muchos de los grandes acontecimientos relacionados con la cultura tienen un reflejo sincrónico en el cielo.

Más datos en
• La influencia de la astrología en el pensamiento de C. G. Jung.Alberto Chislovsky.Para consultar los ensayos de Chislovsky: Web Odisea del Alma http://www.odiseajung.com/, creada y dirigida por el psicoterapeuta onubense Raúl Ortega.

¿Tanta importancia tienen en el ámbito de la astrología los puntos galácticos que menciona? Sin duda. Yo he analizado la interrelación de estos puntos con la historia de Occidente, sobre todo con los movimientos previos que conformaron el cristianismo, y he observado que el C.G. actúa como si fuera el dios de la galaxia o el dios del gnosticismo, corriente paralela al cristianismo, al que llamaban Demiurgo. El C.G. estaría ligado a la ortodoxia en el ámbito religioso y al paradigma que conforma nuestra visión del mundo en el científico.

El S.C.G., que está más allá, se relaciona con el dios trascendente y con aquellas corrientes nuevas que provocan la ruptura con el paradigma anterior. Son, por tanto, factores que estarían en pugna. ¿Y qué papel juega el apex en todo este despliegue macroastrológico? Al referirse al Sol, es el punto más cercano al hombre y el lugar donde se dirimen y se resuelven las dos tendencias contrapuestas citadas antes: ortodoxa y heterodoxa, lo nuevo y lo viejo, lo conservador y lo revolucionario. Todo esto forma parte de un estudio muy amplio que aún estoy desarrollando. En el fondo, la interpretación astrológica no deja de ser, desde un planteamiento junguiano, una serie de percepciones introspectivas inconscientes de la actividad del inconsciente colectivo.

En el cielo, con sus formas caóticas, hemos proyectado imágenes o figuras que esconden un significado profundo para nosotros. El zodíaco es como un espejo cósmico que nos revela información de lo que ocurre en nuestro mundo. En palabras de Chislovsky: “Algo que pasa en el cielo refleja algo que pasa en la Tierra”. ¿De qué forma se interesó Jung por la astrología? Donde se percibe claramente el interés de Jung por la astrología es en dos cartas que intercambió con Freud en las que le dice que pasa sus noches estudiando astrología. En una de ellas hace una interpretación propia de un astrólogo moderno. Habla del arquetipo materno a la luz de la astrología y hace una brillante interpretación de lo que podría ser el complejo materno, todo basándose en la carta astral que realizó a una paciente.

Hay que tener en cuenta que el concepto de libido en Jung está muy influenciado por la astrología, como demuestro en mi reciente libro. En Símbolos de transformación ofrece muchas referencias astrológicas, en Interpretación de la Naturaleza y la psique incluye un experimento astrológico y Aiónlo considera un homenaje a esta disciplina. Cuando Jung tenía problemas con un paciente, uno de los métodos que utilizaba para detectar la raíz del conflicto era confeccionar la carta natal e interpretarla psicológicamente. En el fondo, Jung fue astrólogo, una faceta que mantuvo oculta hasta los últimos años de su vida.

Para ver entrevista completa:

http://www.masalladelaciencia.es/alberto-chislovsky-%E2%80%9Cel-cielo-refleja-lo-que-ocurre-en-la-tierra%E2%80%9D_id29939/entrevista-con-el-astrologo-alberto-chislovsky_id1099559

Fuente:
Jung, Astrología, Mitos y Arquetipos

http://jungastrologiamitosyarquetipos.blogspot.com/