domingo, 16 de marzo de 2008

LA CASA IV: El Imum Coeli y la Cuarta Casa


LA CASA IV

El Imum Coeli y la Cuarta Casa


Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, vela.

Por Howard Sasportas
"Las Doce Casas"


En la Casa I estamos virtualmente inconscientes de nosotros mismos, en cualquier sentido objetivo: nos limitamos a ser. En la Segunda descubrimos que tenemos nuestra propia forma y nuestros límites, los cuales nos distinguen de todos los demás. En la Tercera, nuestra atención se orienta hacia lo que nos rodea, e interactuamos con las otras formas y límites que hay en nuestro medio inmediato para ver con qué se relaciona todo eso. Al comparar lo que somos con lo que encontramos fuera, formulamos más opiniones sobre nosotros mismos. En el proceso perdemos la sensación de ser lo todo, pero ganamos en cambio la de ser alguien: alguien que habita en un cuerpo determinado, que piensa de determinada manera y procede de un marco familiar determinado. A medida que nos aproximamos al nadir de la carta -al IC y la Cuarta Casa- llega el momento de detenernos a asimilar lo que hemos aprendido. La tarea que enfrentamos es la de reunir nuestros fragmentos y trozos para integrarlos en torno a un punto central, a un "yo" que en lo sucesivo constituirá la base de nuestra identidad. Algunas personas siguen juntando informaciones durante toda su vida, sin detenerse jamás para consolidarse o arraigarse (demasiada Casa Tres o insuficiente Casa Cuatro. Otras se asientan y echan raíces demasiado pronto, antes de haber explorado la vida lo suficiente (demasiada Casa Cuatro e insuficiente Casa Tres).

No es excepcional que la gente preocupada por su carrera y sus logros externos en el mundo sea más activa y esté tan ocupada con entrevistas y reuniones que apenas si dedique tiempo a la vida de hogar. De la misma manera todos tenemos tendencia a dejarnos "atrapar" por las actividades y los acontecimientos externos, y a identificarnos hasta tal punto con ellos, que descuidamos y perdemos de vista el "yo" que está por debajo de todo ello. estamos tan comprometidos en lo que vemos, lo que sentimos o lo que hacemos, que nos olvidamos del "yo", que es el que ve, siente u actúa. Aquello con que tropezamos cuando nuestra conciencia se aparta de los objetos transitorios de la experiencia para volver a conectarse con el "yo" subyacente que es el sujeto de toda experiencia, es lo que designan tanto el signo que se encuentra en el IC (cúspide de la Casa Cuatro en los sistemas de cuadrantes) como los planetas en la Cuarta Casa.

El sentido de un "yo aquí dentro" que proporcionan el IC y la Casa Cuatro presta a todos los pensamientos, sentimientos, percepciones y acciones una unidad interior. De la misma manera que tenemos mecanismos biológicos de automantenimiento y de autorregulación, el IC y la Casa Cuatro nos sirven para mantener en forma estable las características individuales de uno mismo.

La Casa Cuatro representa el “dónde” nos dirigimos cuando nos reinstalamos en nosotros mismos: es el centro interior donde nuestro “yo” regresa a descansar antes de volver a lanzarse a la actividad. Es la base de operaciones desde la cual salimos al encuentro de la vida. Por esta razón, la Casa Cuatro ha estado tradicionalmente asociada con el hogar, el alma y las raíces del ser. Los indios de América del Norte creían que al invitar a una persona a su casa, uno le abría su alma. Por oposición a nuestra imagen pública, la Cuarta describe cómo somos en la profundidad de nuestro interior. El analista junguiano James Hillman describe el alma como “ese componente desconocido que hace posible el significado”. El alma profundiza en los acontecimientos hasta convertirlos en experiencias, y media entre el hacedor y el hecho. “Entre nosotros y los acontecimientos… hay un momento de reflexión; y soulmaking quiere decir diferenciar este terreno intermedio.” La manera sutil en que una persona convierte los acontecimientos en experiencias aparece en el IC y en la Casa Cuatro.

El IC y la Casa Cuatro significan la influencia que tiene sobre nosotros nuestra “familia de origen”, aquella dentro de la cual nacimos. Los planetas y signos en la Cuarta revelan la atmósfera que sentimos en aquel hogar, y el tipo de condicionamiento o de “guión” que recibimos en él, es decir, la herencia psicológica familiar. Pero la Casa cuatro denota también, si profundizamos aún más, aquellas cualidades de las que somos portadores y que se remontan a nuestros orígenes étnicos o raciales: los aspectos de la historia y la evolución acumuladas de nuestra raza que residen dentro de nosotros. Por ejemplo, Saturno en la Casa Cuatro o Capricornio en el IC describen en ocasiones una atmósfera hogareña que el nativo sintió como fría, estricta, carente de amor, o con antecedentes de una larga línea de conservadores incondicionales; en cambio, es probable que Venus en la Casa Cuatro, o Libra en el IC estén mejor sintonizados con el amor y la armonía en el seno del hogar de origen, y pueden que sientan afinidad y aprecio por la tradición de la cual provienen. Situados en esta casa, la Luna o Cáncer se funden fácilmente con el ambiente hogareño, en tanto que Urano o Acuario en esta posición suelen sentirse como extraños en territorio extraño, mientras se preguntan con curiosidad cómo habrán “ido a parar” precisamente a esa familia. Marcel Proust, quien en su obra “En busca del tiempo perdido” recorrió con incomparable detalle su vida temprana y sus más íntimos sentimientos, así como el funcionamiento de la memoria misma, había nacido con el Sol, Mercurio, Júpiter y Urano en Cáncer, todo en la Casa Cuatro.

Normalmente, la influencia que las figuras parentales ejercen sobre nosotros se atribuyen al eje entre las casas Cuatro y Diez. Desde un punto de vista tradicional, siempre ha sido sensato asociar la Casa Cuatro (regida naturalmente por la Luna y Cáncer) con la Madre, y la Casa Diez (regida naturalmente por Saturno y Capricornio) con el Padre. La mayor parte de los astrólogos se conformaron con esta clasificación, pero los trabajos de Liz Greene han llevado cierta ambigüedad a este dominio. A partir de su considerable experiencia y pericia como consultora astrológica, Greene se ha encontrado con que, al parecer, la descripción que hacen sus clientes de la relación con la madre se correlaciona más estrechamente con la Casa Diez, en tanto que la imagen del padre funciona mejor en la Casa Cuatro.

Hay sólidos argumentos tanto a favor como en contra de ambas escuelas de pensamiento. Puesto que la Casa Cuatro se vincula con Cáncer y con la Luna, parecería razonable asignárselas a la madre. El útero fue nuestro lugar de origen, y en la infancia somos más sensibles y receptivos a los sentimientos y estados anímicos de la madre que a los del padre. En cuanto a éste, se lo relaciona con la Casa Diez, con Saturno y Capricornio: después de todo, es él quien gana el pan, y el que da la cara al público, y solía ser costumbre que el hijo siguiera la profesión del padre. Sin embargo, los argumentos opuestos son igualmente convincentes: la Luna no es solamente la madre; es también “nuestros orígenes”, y el apellido se hereda del padre. De esta manera él puede estar asociado con la Casa Cuatro. La Casa Diez es mucho más obvia que la Cuatro, y para el niño la madre es mucho más obvia que el padre. La maternidad es un hecho claro, de primer plano y públicamente reconocible, como la Casa Diez. La paternidad es cosa más conjetural, en ocasiones oculta y quizás incluso misteriosa y, por ende, es posible que sea mejor correlacionarla con el oculto y misterioso IC y con la Casa Cuatro. Igualmente, en la sociedd Occidental por lo menos, la madre es generalmente la primera influencia socializadora que recibe el niño. Durante la niñez la madre es la gran “negadora”; con ella pasamos la mayor parte del tiempo, y su rol consisten en vigilarnos y enseñarnos la diferencia entre lo que es bueno y aceptable, y lo que es malo y no está permitido. Normalmente, es la madre quien enseña al niño el control de sus esfínteres, la primera adaptación importante a la que hemos de someternos para conformarnos a los estádandares sociales (Saturno, Capricornio y la Casa Diez).

No creo que sea posible establecer inequívocamente que la Casa Cuatro corresponde siempre al padre, y la Diez siempre a la madre, o viceversa. Es más seguro –y quizás más exacto- decir que aquel de los padres que “configura” –es decir, con quien el niño pasa más tiempo, y que tiene más influencia en la adaptación del niño a la sociedad- debe estar asociado con la Casa Diez; y el más “oculto”, el que es menos visible y, considerado como una cantidad, se aproxima más a una incógnita, debe estar relacionada con la Casa Cuatro. En la práctica, después de haber hablado con un cliente, el astrólogo puede adivinar con bastantes probabilidades de éxito, cuál de los padres pertenece a cada casa. Si verifico, por ejemplo, que el padre del cliente es un Géminis con la Luna en Acuario, y encuentro a Géminis en el IC del cliente y a Urano en la Casa Cuatro, parece probable que, en este caso, la Casa Cuatro sea una descripción adecuada del padre, pero no todas las cartas nos ponen las cosas tan fáciles.

Es importante recordar que probablemente los emplazamientos en la Casa Cuatro (ya se trate de la madre o del padre) no describirán al padre o madre tal como efectivamente eran en cuanto personas, sino más bien como el niño los vivenciaba: lo que se conoce como imago parental, la imagen a priori e innata que el niño tiene de los padres. La psicología tradicional sostiene normalmente la opinión de que si algo anda mal entre padre e hijo, es por culpa del padre; contrariamente, la astrología psicológica asigna por lo menos la mitad de la responsabilidad al niño, por tener una vivencia determinada del padre. Por ejemplo (suponiendo que la Casa Cuatro sea el padre), una niñita que tenga a Saturno en la Cuatro responderá preferentemente a los aspectos saturninos de la naturaleza de su padre. El tendrá probablemente muchas cualidades diferentes de las que van asociadas con ese principio arquetípico, pero la criatura percibirá selectivamente y con preferencia los rasgos saturninos. Es probable que el padre sea bondadoso y cálido el 75 por ciento de las veces, pero lo que la hija registre será ese 25 por ciento en que es frío e intolerante.

Lo más frecuente es que haya una confabulación entre la imagen parental que registra la carta del hijo y los emplazamientos claves en la carta del padre. Es probable, por ejemplo, que la carta del padre de la niña con Saturno en la Cuarta tenga el Sol en Capricornio, ascendente Capricornio o una conjunción Sol-Saturno. Sin embargo, aun si la carta del padre no se aproxima tanto a la descripción de los emplazamientos en la Casa Cuatro de ella, es frecuente que la predilección por ver a uno de los padres de una manera determinada tenga el efecto de convertir a la persona en aquello que está siendo proyectado sobre ella. Si, aunque él le demuestre amor y generosidad, la niña continúa reacccionando ahcia su padre como si fuera una persona cruel y rígida, es posible que éste se sienta en última instancia tan frustrado que se vuelve hosco con ella, o que renuncie a todo esfuerzo y la evite totalmente. Entonces, la niñita puede decirse para sus adentros: “Qué canalla; yo siempre supe que era así”. Pero cabe preguntarse si realmente lo era.

Nacemos con el esqueleto de ciertas predisposiciones y expectativas innatas, pero las experiencias que tenemos cuando niños van recubriéndolo paulatinamente de carne. Interpretamos el medio de cierta manera, y por ello tomamos posturas concretas, hacia nosotros mismos y hacia la vida “exterior” en general, las cuales se basan en esas percepciones. La niñita con Saturno en la Casa Cuatro que hemos tomado como ejemplo tiene ya algunos enunciados existenciales sobre cómo es la vida que ocupan un lugar prominente: “Mi padre no me ama” y “Mi padre es un canalla”, por no citar más que dos.Y los llevará dentro de sí incluso después de haberse alejado del hogar paterno, hasta que culminen en actitudes más definitivas, como: “Los hombres me encuentran indigna de amor” y “Todos los hombres son unos canallas”. Al tomar conciencia de los orígenes de tales actitudes, se deja margen a la posibilidad de cambiarlas, o de encontrar otras maneras de organizar la experiencia. La profundización en la Casa Cuatro, que muestra cuáles son los arquetipos activados en las primeras etapas de la vida hogareña entre nosotros y aquel de los padres que está en juego, puede favorecer en gran medida este proceso.

Además de describir nuestros orígenes heredados, y aquello que reside en lo más profundo de nosotros mismos, la Casa Cuatro se asocia con el hogar en general. ¿Qué clase de atmósfera hogareña creamos? ¿Qué es lo que atraemos allí hacia nosotros? ¿Cuáles son las cualidades del medio hogareño con que más naturalmente resonamos? Estas son preguntas que podemos responder examinando los planetas y signos en la Casa Cuatro.

T.S. Eliot escribe que “en mi comienzo está mi fin”. La Casa Cuatro nos da una imagen de nuestros orígenes, pero también se asocia con la forma en que damos término a las cosas. Nuestra manera de resolver en última instancia un problema o de “cerrar la sesión” se relaciona con los emplazamientos en la Casa Cuatro. En caso de estar allí, Venus termina pulcra y limpiamente las cosas, bien atadas en un elegante paquetito. Saturno puede demorar las terminaciones o aceptarlas a regañadientes. Es frecuente que la Luna y Neptuno se escurran fuera silenciosa y pacíficamente, en tanto que Marte y Urano se van “dando un portazo”.

La Casa Cuatro sugiere también ciertas condiciones que rodean la segunda mitad de la vida. Lo que se encuentra más profundamente dentro de nosotros sale fuera hacia el final. Somos muchos los que, después de los cuarenta, y conmovidos tal vez por la muerte de uno de los padres, tomamos cada vez más conciencia de nuestra propia mortalidad, y de que nos queda menos tiempo para desperediciar. Esta puede ser la base para que nos mostremos dispuestos a hacer más espacio en nuestra vida a la expresión y comunicación de nuestras necesidades y sentimientos más íntimos. Además, una experiencia directa de la vida es un requisito previo al descubrimiento de uno mismo, de modo que no es sorprendente que nuestra motivaciones más íntimas y más profundas no puedan aflorar hasta nuestros últimos años. Un ejemplo extremo de ello son las confesiones en el lecho de muerte, en que las personas revelan dramáticamente verdades, referidas principalmente a sí mismas, que habían mantenido ocultas durante décadas.

La psicoterapia, la reflexión sobre nosotros mismos, diversas formas de meditación –cualquier cosa que nos lleve al interior de nosotros mismos- traen a la superficie las energías de la Casa Cuatro, y pueden hacer que dispongamos más conscientemente de esas energías desde una etapa más temprana de la vida. Mejor que descuidar lo que se encuentra en sus profundidades, lo aconsejable es hacer frente lo antes posible a los emplazamientos difíciles en esta casa. La Casa Cuatro, lo mismo que el pasado, siempre llega a darnos alcance.

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