EVOCANDO ENTRE MUROS TUS TARDES DE PAYA
Cuando la noche se despliega en mi pecho
asaltado por el escalofrío, un trozo de mi lengua
te nombra, te convoca,
muerde la palabra nerviosa:
brota en tarde de polvo y de vaca guardián de nuestras confidencias.
Cuando la noche entre voces
quería ocultar el deseo que inventamos
para ignorar los aromas que nunca llegaban, todo el cuerpo hubiese querido agasajarte.
Ahora, tu figura larga, exhala
todas las horas que callamos, mientras allá, en el corral
lo árido todavía nos redime.
Aquellos mediodías se posaban
En la quebrada
la sequía dejaba su huella
como golpe en algún animal desatendido
El camino, siempre estrecho el camino,
siempre polvoriento
hacia casas de adobe donde tejías la memoria:
y yo me dejaba deslizar
queriendo pertenecer a tu tierra de bestias y señores
(cada acecho exhalado poblaba al campo al caer)
Cada esquina de tu casa siembra en mi cuerpo
Un aroma de madera
ruda como esa infancia que te fue desprendida.
Todos los muros que encubren tus pasillos
fueron cayéndose con los siglos,
y cada rito en el cual te veías crecer
fue escondiéndose entre las aldabas
que sabían del derrumbe.
Todavía estoy arrebatándote estas señas:
ternura y fuerza que sólo a caballo desatas.
Es invierno en mi cuerpo. Conozco la distancia.
Mi pecho henchido de sal la reconoce
cuando otra casa sin hierba va izando
sus columnas en mi espalda.
Las luces de esta ciudad te acercan…
Ningún invierno te alcanza.
Lo fértil de tu mano siempre habrá de llegarme.
La noche se abre en tus tardes de Paya
mientras creamos un río donde silenciarnos
y reconocer que toda semejanza
está en la geografía que nos trazamos.
Carol Prunhuber
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