martes, 2 de septiembre de 2008

Las crisis neptunianas. Parte I


Nuestro destino, el centro y hogar de nuestro corazón,
está en el infinito y sólo allí.

Wordsworth



Estas palabras, escritas por un gran poeta romántico inglés, encierran en sí la esencia de Neptuno: el deseo de transcender el sentimiento de ser un yo aparte para fundirse con algo más grande. Aunque con frecuencia hablemos de “encontrarnos a nosotros mismos”, es decir, que cada quien descubra su peculiar identidad y se defina en función de atributos y logros que él mismo ha escogido, Neptuno es lo opuesto: es el anhelo de perdernos, de disolver o trascender las fronteras del yo aislado. Pero para que podamos comprender plenamente que significa o implica la idea de trascender el yo, debemos recordar que se entiende por yo o ego.

Brevemente definido, “ego” es el sentimiento que cada uno tiene de sí mismo en cuanto individuo aparte; dicho de otra manera, nuestro sentimiento de ser un “yo”. Que seamos un “yo” significa que podemos autodefinirnos; somos esto, pero no aquello, terminamos en alguna parte y los demás empiezan en alguna otra. Sin embargo, no nacemos con un ego o sentimiento de “yo”, y en la vida intrauterina no tenemos conciencia de nosotros mismos como seres aparte: somos uno con nuestra madre, y para nosotros ella es el mundo entero. Por lo tanto, creemos que nosotros somos el mundo entero; creemos serlo todo, y experimentamos lo que Sigmund Freud llamaba un sentimiento “océanico” de la realidad. Sin embargo, después de nacer empezamos a diferenciarnos y a distinguirnos, no solamente de nuestra madre sino también del medio. Al crecer nos damos cuenta de que somos distintos, de que somos seres aparte de las otras personas y cosas que nos rodean: esto soy yo y esto es el no-yo.

Pero no sólo nos distinguimos de las otras personas, sino que llegamos también a identificarnos sólo con ciertas partes de nuestra personalidad y de nuestra naturaleza, negando otras o escindiéndonos de ellas. Dicho de otro modo, además de la escisión yo/otros, se da también una división o frontera entre nuestro yo (nuestro sentimiento de quiénes somos) y otras facetas de nuestra naturaleza que no queremos reconocer como propias o que ni siquiera sabemos que están ahí. Por ejemplo, podemos identificarnos con aquella parte de nosotros que es bondadosa y afectuosa, y negar o reprimir la que es negativa y destructiva. De tal modo, la escisión yo/no-yo significa no sólo trazar una línea entre nosotros y los demás, sino también dividir nuestra propia totalidad en dos partes: aquello de lo que somos conscientes y con lo que estamos dispuestos a identificarnos porque admitimos que nos pertenece, y aquello de lo que no somos conscientes o que no estamos dispuestos a admitir como parte nuestra.

Neptuno es un “disolvente de fronteras” y, en sus tránsitos, difumina o disuelve la frontera entre nosotros y los demás. Neptuno en tránsito formando aspecto con el Sol natal, por ejemplo, puede señalar un momento en que nos “perdemos” en otra persona, o en que tenemos vivencias de nuestra unidad con la totalidad de la vida. Pero Neptuno demuele también la frontera interna entre consciente e inconsciente, sumergiendo o anegando nuestra identidad consciente en contenidos provenientes del inconsciente. Si nos hemos identificado principalmente como seres fuertes, capaces y seguros de nosotros mismos, es probable que durante un tránsito de Neptuno en aspecto con nuestro Sol natal descubramos en nuestra naturaleza una vertiente de confusión, debilidad o desvalimiento. Neptuno es como un disolvente que diluye la fuerza de una energía hasta entonces concentrada, ya sea que se trate de una carrera o de una relación cuidadosamente estructurada, o bien de una convicción o de una actitud hacia nosotros o hacia el mundo tenazmente mantenida. Neptuno socava las fronteras, tanto las que hay entre nosotros y los demás como las establecidas entre el yo y el inconsciente.

Tomado de"Los dioses del cambio"
Howard Sasportas

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